No hay nada más hermoso que dialogar con grandes autores, conocer corrientes de pensamiento y atravesar disciplinas varias a través de un solo libro. Hay escritores que saben regalarnos en una sola página las ideas y las palabras de un ramillete de intelectuales de todos los tiempos, evocándolos de la manera más sutil y elegante, sin ni siquiera nombrarlos. El supremo escritor bonaerense, sabio autor de ensayos breves, cuentos y poemas supo siempre transmitir lo más profundo y misterioso de esos pensamientos que son irreductibles a conceptos. Cuando escribo también me gusta esconder entre líneas a mis autores preferidos. No cruzar palabras erróneas como decía el escritor y humorista de Florida sino cruzar a mis escritores preferidos.
Cuando escribo echo mi corazón al mar de las palabras en busca de esas huellas de tantos otros que las usaron como la pintura de la voz y del pensamiento. Allí me embobo y me enamoro encontrando a veces el norte común entre tanta sabiduría, además de esas innumerables referencias que pueden imputar en bien o en mal a quienes las usaron. Nunca he tenido la vocación de comentador erudito, me considero más bien un amanuense de la vida. Transcribiéndola, el horizonte se esclarece y viene la razón o la luz.
La vida está impregnada de simbología y toda experiencia arroja a nuestros ojos infinidad de signos aturdiéndonos como hace la lluvia torrencial a las ventanas. Le symbole donne à penser. Escribir es salir en busca del ser, con honestidad intelectual, con rigor, respeto y erudición, para recoger en cada encuentro o circunstancia la esencia de quien se encuentra o de lo acontecido. Con humildad, imitando en lo posible al aedo griego antiguo de la gran epopeya o al historiador anglonormando que con su narración hizo revivir la batalla de Brunanburh. Escribir para dar testimonio, como acta notarial, como dijo el Nobel de Iria Flavia. Para que la Vida no termine en el olvido como los manuscritos que perecieron en Alejandría.