Egocéntrico, sarcástico, quizás algo infantil, pelo largo y canoso, así lo describen los que lo conocieron.  Se trata del  escritor húngaro Tibor Déry, (1894-1977), una de las figuras más importantes de la literatura húngara vanguardista del siglo XX. En la novela “Querido suegro”, de 1974, se divierte mezclando en su protagonista invención y autobiografía.  El resultado es una novela desengañada y desalentada, en la que describe el postrero amor de un anciano. El libro es para muchos críticos, una especie de doble canto del cisne, aunque en realidad no lo fue. Déry siguió escribiendo hasta el final de su vida. Murió con más de 80 años. Le apasionaba escribir.  Fue un comunista atormentado que vivió en primera persona los dramáticos acontecimientos húngaros. Había nacido en una familia de la alta burguesía; un entorno con el que rompió para frecuentar los movimientos anarquistas del momento y dedicarse a escribir. Estuvo algunos años en la cárcel, después de los sucesos de 1956. Fue el castigo por su oposición  al nuevo gobierno impuesto por los soviéticos. Tuvo que vivir exiliado en Austria, Francia e Italia, aunque murió en Budapest.  Esta novela  gira alrededor de su protagonista. Las vivencias de un anciano, temiendo cercana la muerte y el final de todas sus pasiones. El hijo joven del anciano le trae a casa a la nuera, una muchacha casi adolescente. El viejo se enamora de la deliciosa Kati: nada de físico, solo la tentación  y el encanto de saborear una vez más la juventud, etapa de la vida que emana e irradia júbilo y deleite. Para algunos es simplemente un libro divertido,  sin embargo, he creído leer entre líneas una gran lucidez en evocar con verdadero estilo, la tenacidad y la debilidad de la vejez. He conocido últimamente a un hombre que al extremo de sus días abovedados, siente constantemente la llamada susurrante e incesante de abejas primaverales. Vive asomado al torso de su vida, intentando grabar por última vez sobre una pared o sobre una piedra, la inicial de un nombre de mujer y así dejar constancia de una nueva pasión y su secreto. Ni el gris mineral que anubla sus deseos,  ni las heridas manantes de su vida, ni la espesura nocturna de su enfermedad, le impide manchar su camisa a diario con el níspero voluptuoso de su apetito. El perfume de una mujer es capaz de hacer nacer en su boca un silabario de lisonjas y requiebros que iluminan la calle con soles diminutos. Es su modo de transformar otoños en primaveras.

por @mbellido

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