Los que tenemos una cierta edad, recordamos a la bellísima actriz Ursula Andress, rubia y atractiva, salir del agua, en una playa de una isla exótica. He vuelto a ver en estos días el Agente 007 contra el Dr. No, la película del agente con licencia para matar, un film de la serie James Bond, que dirigió magistralmente Terence Young y que interpretó el portentoso actor Sean Connery. Su inimitable estilo, construido más con movimientos y gestos corporales que con expresiones faciales, daba a ese 007, un talante distinguido y señorial inconfundibles; maneras que les han faltado a otros actores que recitaron más tarde el mismo personaje.
007 parece no sufrir, no dudar, no amar, (aunque si físicamente). Uno se preguntaba si era un ser humano o una maquina. Las aventuras de James Bond no dejaban duda, era un hombre. Sin embargo sus enemigos sí que parecían maquinas. Un concepto fruto de la cultura que generaba la guerra fría de aquellos años, atribuyendo a Oriente todo lo que era inhumano. El bueno de la película, el agente 007, no era un humanoide, en el sentido hedonístico o consumista: le gustaban los buenos vinos, la buena mesa, objetos y mujeres de clase y coches deportivos. Cosas lujosas y refinadas. Además, la película mostraba casi con ingenuidad, un muestrario de artefactos tecnológicos para hacer frente al enemigo. Ian Fleming, autor del libro que da forma al film, probablemente quiso mostrar una supremacía tecnológica sobre Rusia, que en esos años habían lanzado el Sputnik y presumía de ser más avanzada que occidente. A raíz del film he buscado el libro “Desde Rusia con amor”, que Ian Fleming publicó en 1957. Este escritor nació en Londres en 1908 y falleció en Canterbury en 1964. Su modo de escribir era preciso y nítido. Muchos críticos han definido su literatura como luminosa. Sus descripciones se veían y permanecían en la memoria, como han permanecido ciertos gestos y modos de Sean Connery, el mejor 007 que ha dado el cine.