Me ha bastado media hora zanganeando por los pasillos de un centro comercial para reafirmarme en cuanto puedan ser irracionales las compras del ser humano en la vida cotidiana, no obstante los tiempos de crisis. La sección especializada en material audiovisual e informático estaba repleta de jóvenes. La sección de librería, vacía.
Una de las grandes ideas de la modernidad es la afirmación de la madurez, de la autonomía del yo adulto, pese a no alcanzar los 20 años, alejar la experiencia de tener guías, o huir de paternalismos, estar dispuesto siempre a escoger por sí mismo, en este caso, a comprar por sí mismo, siguiendo impulsos o aconsejados, el mínimo indispensable, por la publicidad.
El anti-paternalismo es una palabra clave para los jóvenes en la cultura moderna y en la post-moderna. De ahí las dificultades que muchos profesores tienen en la escuela para aplicar un mínimo de autoridad. Sin embargo, este joven que en sus decisiones aparece adulto, independiente, autónomo y maduro es en realidad, en muchos casos, un niño inseguro, incapaz de escoger lo que puede contribuir a su bienestar y desarrollo social. Por ejemplo, sus aficiones tecnológicas lo llevan a menudo a ensordecer y enmudecer por el atolondramiento de esa música a todo volumen, que consumen o por el encantamiento que produce la pantalla del ordenador, lo alejan del diálogo o del trabajo manual y creativo. Sin embargo, la lectura no aparece entre los hábitos preferidos y, probablemente, la relacionan con la fatigosa experiencia de la escuela.
La enorme potencialidad de las nuevas tecnologías se explota al máximo en el mercado para proponer al consumidor joven un aumento de confort personal virtual, y, sin embargo, da la sensación por los resultados que dicha experiencia consumista aumente el aburrimiento intelectual, el bostezo cultural y deje en el individuo un mixto de insatisfacción y adicción que embota los sentidos. Las “maquinitas” aíslan del entorno y contribuyen a empujar a los chicos al aislamiento improductivo. La lectura abre horizontes, da razones para la vida, para la reflexión, el diálogo y el cambio.
La música, los juegos, y toda esta clase de artilugios sirven, son útiles, cuando se abren a relaciones sociales.
El peligro es que este mundo virtual producido por las nuevas tecnologías pueda sustituir al mundo real en las vivencias personales. Las nuevas tecnologías aplicadas a todos esos artilugios no son malas, ni los artilugios en sí. No hay que tenerles miedo, hay que aprender cada vez más a convivir con ellos. El desafío que tenemos por delante es llenarlos y envolverlos de humano, engancharlos a la sociabilidad y así obtener el fruto de una vida más creativa porque pueden aportar pluralidad y unidad a la vez, convivencia, intercambio… Todo podría ser calidad de vida para las nuevas generaciones o dicho de otra manera: vida de calidad.
Manuel Bellido

por @mbellido

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