Este verano mientras esperaba la salida de un avión en el aeropuerto de Milán he vuelto a leer el cuento de Pinocho. Hay cuentos para niños que no son sólo para niños. Fábulas que se convierten en historias de interés universal porque logran hablar a los lectores de todas las edades.

Pinocho es uno de estos mitos y forma parte de la memoria de cada uno de nosotros.

El libro de Collodi ha sido traducido en casi todas las lenguas del mundo, incluso en chino y en latín. Se han hecho películas, series para televisión y adaptaciones para el teatro.

Pinocho sigue apasionando a generaciones de todo el mundo porque aborda situaciones que se pueden dar en nuestras vidas en el ámbito personal y social. La historia, que inicia con toques picarescos y dramáticos al mismo tiempo, describe a Pinocho, un trozo de madera, moviéndose en las manos de Geppetto mientras éste le termina la boca, la nariz, las piernas, como si en un soplo creador le estuviera dando la vida. Geppetto, el artífice, se convierte en padre y comienza a sufrir. Después Pinocho escapa, quiere correr solo en busca de su propia existencia. Pinocho huye, emprende su marcha, para afrontar aventuras o desaventuras, ignorando a Pepito Grillo, que es la voz de su conciencia. Pinocho abandonado a sí mismo se convierte en presa fácil del gato y de la zorra que son dos compadres dispuestos a prometer y a no mantener, dos personajes que no son sólo dos figuritas variopintas de un cuento sino la personificación fantástica de situaciones fraudulentas que los adultos podemos reconocer en nuestro entorno.

Muchos otros personajes desfilan por el resto de las páginas del libro y también en ellos nos parece reconocer símbolos y protagonistas de nuestra sociedad: el terrible Comefuego, que mueve bajo sus hilos las marionetas del teatro, Arlequín y Pulchinela, los guardias, los asesinos que persiguen a Pinocho, la hermosa niña de cabellos color turquesa.

No: Pinocho no es sólo un cuento para niños, es la síntesis del drama que vive la humanidad en nuestros días.

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