He vuelto de viaje. He pasado unos días en tierras infértiles y desnudas de paz, cubiertas de miserias y de desiertos. Ahora en mi despacho, antes de meter mano a las montañas de cartas, de paquetes, de trabajo atrasado, lo primero que se me ocurre es que el mundo no deja de girar cuando uno está de viaje, y a continuación pienso en lo que he dejado atrás. Dicen que recordar es una cosa muy especial, que uno no recuerda lo que quiere sino lo que puede y que olvidamos las cosas más dolorosas porque la memoria decide arrojar por la ventana de la existencia los bultos insufribles. Más que un viaje ha sido un naufragio. Intento recordar y sacar conclusiones.

He visitado un país geográficamente cercano y, sin embargo, muy lejano.

Los recuerdos del viaje son como un montón de viejos trapos y harapos y algunas pesadillas que ya se han ido o que nunca quise soñar. Mi memoria es una hilera de puestos de un mercadillo de cosas viejas y usadas. Noches estrelladas, tu fotografía en mi cartera, un cuaderno de poesías, mis vaqueros sucios y desgarrados, creer por un momento que las corbatas te impiden respirar, olor a hambre y a hospital, sudar sin colonia, sin after shave, sin desodorante, sin gel y sin ducha y en mis ojos rostros y rostros, miradas de pobreza y de miseria que nunca olvidaré.

Abro mi diario y no logro descifrar todos mis apuntes. Es como si las palabras se hubieran vaciado de contenido y muchas se hubieran quedado sin alma o hubieran desaparecido del papel. Sucede a veces que nuestros pensamientos no saben a dónde ir, a veces se van solos por su cuenta, vuelan, o las palabras, después de escribirlas o pronunciarlas, vuelven como un boomerang y nos hieren en lo más profundo del corazón. Leo aquí o allí entre las páginas y los recuerdos se encienden como se encendían cada noche las estrellas en aquel cielo inmenso; primero una y después otra, y otras más, como bailarinas que a ritmo de la música van entrando en el escenario. Han sido días veloces como golondrinas y ahora algunas juegan a esconderse en mi memoria, haciendo nidos de tristeza. En aquel país los hombres mueren a decenas y mueren las mujeres y los niños y los ancianos, mueren sin llorar porque sus ojos desde hace tiempo agotaron todas sus lágrimas. Aquí ya es primavera. Aquí ya te asaltan sobre la piel las ganas de brisa marina, de sol, de azahar y de sentimientos indefinibles contemplando ocasos de escarlata y oro. Y allí el invierno es estación ilimitada, no se sabe cuándo terminará. Otra página más de mi diario con muchos secretos encerrados en momentos de soledad y de nostalgia. Momentos de vida, a veces irracionales, que me han sacudido o acariciado el alma, que me han hecho ver Occidente más lejos que la luna.

Ahora vuelvo a escuchar la voz del croupier: “Rien ne va plus”. La bola vuelve a saltar sobre la ruleta, un solo punto verde, entre el negro y el rojo. Vuelvo a apostar por la esperanza.

por @mbellido

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