Hoy me encontré enzarzado en una porfía que, por supuesto, no me parece nueva. Un amigo decía que la música no expresaba otra cosa que sí misma y el mundo de los sonidos, otra persona sostenía que teniendo la virtud de expresar estados de ánimo y emociones podía representar un mundo que no era solamente el de los sonidos. Yo también creo profundamente en la capacidad expresiva de la música, quizás condicionado por mis aventuras compositivas en los años jóvenes. Siempre he considerado la música un lenguaje. Creo, que sobre esa base, se funda su comunicabilidad. Por tanto sostengo que la música es un vehiculo para transmitir emociones. Las leyes de la armonía son las únicas capaces de canalizarla. Las tonalidades expresan alegría y dolor, tensiones resueltas y en espera, emociones. La música difiere del simbolismo del lenguaje común por el hecho de que sus acordes no conllevan un significado asignado precedentemente en un diccionario. Cuando componía en mis años jóvenes me apoyaba en la expresividad que la composición permite y ésta me consentía de expresar de forma simbólica las formas y los estados de mi mundo emocional.
Cuando escribía los textos, poesías y letras para mis canciones tenía a mi disposición un lenguaje ya conformado de uso común, un vocabulario de términos precisos y de referencia con los que no podía equivocarme. Había asumido el lenguaje común. Más común era el lenguaje, más transmitía. También es verdad que cuando se escribe, las frases pueden cargarse de alusiones y de referencias secretas, en esa profundidad artística de las canciones, que algunas más que otras contienen.
La música sin embargo, lo digo al menos por propia experiencia, vive encorsetada en un complejo de reglas, de leyes, de prohibiciones. Empezar una canción con acordes menores se me daba bien, pero ya sabía que el resultado del resto sería nostálgico y melancólico.
Los maestros enseñan que bajo el concepto de tonalidad, las siete notas musicales o intervalos de una escala diatónica (mayor o menor) tienen cada uno una relación predeterminada entre ellas. Así que si empezaba a componer en menor todo el resto venía de consecuencia.
Está mañana terminé diciendo a mis amigos que de lo que estaba seguro era que la música es el verdadero lenguaje universal y que como decía Hoffmann “empieza donde se acaba el lenguaje”. O dicho más bonito y robándole las palabras a Delacroix: “la voluptuosidad de la imaginación”

por @mbellido

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