La codicia que desolla al piojo

Desde que empezó esta crisis económica he vivido momentos donde me he preguntado si estaba perdiendo la memoria o el mundo empezaba a esconderme cosas. Creo que nunca terminaremos de tener claro del todo las causas que provocaron la crisis y que la siguen manteniendo, ni las posibles medidas de solución. Tampoco tendremos claro quienes mueven los hilos de los oscuros y misteriosos “mercados” que deciden el momento de la quiebra o de la recuperación de las naciones. La gravedad de lo que está pasando en las relaciones económicas internacionales, en las transacciones financieras, en la gestión de las instituciones bancarias y mercantiles no deja de sorprendernos cada día. Tampoco deja de sorprendernos la rapidez con la que en estos años se han creado grandes riquezas sin ninguna conexión con el esfuerzo del trabajo realizado. Dicho de otra manera, nos siguen sorprendiendo los llamados “pelotazos” que han seguido prosperando en el mapa político o financiero. Una realidad virtual que desconocen los ciudadanos y que está al alcance solamente de unos pocos. Se entiende que esos pocos han descubierto el modo de desvincular trabajo-esfuerzo y riqueza producida?
El mundo sigue huérfano de órganos de control que orienten la economía hacia el bien común. La sociedad se asemeja cada vez más a esas marionetas accionadas por hilos que mueve un operador misterioso desde la parte alta del escenario a los que no interesa hacerse ver ni reconocer.
En realidad no existe un marco normativo y jurídico internacional adecuado que regule sus actuaciones y por tanto el sector es entre los más expuestos a la especulación y a la falta de transparencia. Como casi siempre en momentos de crisis son los más pobres y débiles los que pagan las consecuencias.
A la raíz de estos males probablemente siempre está la codicia. Como dice un proverbio belga, “el avaro desollaría a un piojo para obtener su piel” El daño que produce la avaricia es letal. Causa mas daño al alma de la humanidad la codicia enceguecedora que el aprieto catastrófico. Eso es lo que produce que el rumbo de la economía actual vaya en dirección contraria al bien común.