Un acto de fe y a continuación otro y así sucesivamente. La vida se me antoja recordarla en el pasado y asumirla en el presente como una sucesión de actos de fe. En el viaje de la vida son muchas las veces que tenemos que decidir, que tenemos que escoger, que tenemos que creer y casi nunca tenemos todas las razones, todos los elementos y todas las certezas para poder resolver con total seguridad y no equivocarnos. A veces alguien me ha hecho alguna pregunta trascendente sobre la creación del universo, sobre si todo nació de un impulso Divino o de la misma materia o, sencillamente, se ha dejado caer con la cuestión que desde siempre persigue nuestra existencia: ¿Dios creó al hombre, o el hombre creó a Dios? Siempre respondo que para una opción o para otra se necesita la fe. La fe en la materia o la fe en Dios, pero siempre es cuestión de fe, porque de ninguna tenemos certezas.
En este río que es la vida donde todo corre a tanta velocidad, nuestra conciencia despierta se empeña en comprenderlo y razonarlo todo. Nuestra inteligencia, nuestro espíritu, nuestra psique se pregunta como responder en el día a día a los acontecimientos políticos, sociales, laborales, personales. Las preguntas se agigantan o se empequeñecen en este transitar por esa enredadera de perecedero e imperecedero que es nuestra existencia. Nos despertamos y ya nos cuestionamos si levantarnos o no. Ya en pie nos preguntamos que traje nos pondremos, como afrontaremos un problema que dejamos la noche anterior encima de nuestra mesa de despacho. Ante un dolor o una alegría nos preguntaremos el sentido de la vida y la enfermedad nos pondrá de frente a la finitud corpórea de nuestro ser. A menudo nos interrogamos sobre si existen otras razones distintas de las que ya tenemos para vivir. También nos preguntamos si es posible sobrevivir solos o en compañía. La vida se vive en un escenario, actuando casi siempre sin haber ensayado anteriormente nuestro papel y sin saber si el público nos aplaudirá o abucheará al final. Otras, sentados en un patio de butacas, esperamos que se abra el telón sin saber que habrá detrás. Con sentido o sin sentido algo nos impulsa a seguir caminando. A veces nos paramos para buscar nuevas metas, porque sólo así sentimos la emoción de volver a empezar, quizás con la intención decidida de sustituir un amor pasajero por uno permanente. Sólo la fe nos mantiene despiertos y en la apuesta incesante por un nuevo acontecer. Sólo la fe nos permite encontrar la grandeza escondida en la presente fugacidad y, después, en la Eternidad.

por @mbellido

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