Mientras hoy regaba una planta de apariencia fuerte que tengo en mi despacho, una hoja se desprendió del tallo y cayó a mis pies. La recogí y mientras acariciaba su textura entre mis dedos, sentí su fragilidad porque se rasgó sin hacer demasiado esfuerzo. La consideración que hice en ese instante no era fruto de la constatación meticulosa de la delgadez de algunas plantas sino sobre la apariencia de las cosas y la realidad que esconden. Muchos son los modos de observar y, a veces, mientras trabajo la mirada se pierde en este frondoso arbustillo buscando pausa y alivio y sus formas me proyectan una imagen sosegada y serena. La sutil gama de verdes me produce una especie de neblina de luz que originan sus cuidadosas y singulares geometrías ovaladas. Me muestran un conjunto armonioso y agradable. La serenidad de esta planta no es impuesta, es regalada. Así es la naturaleza. No hay en ella materia, hay espíritu. Su vivir se conecta con una sabiduría superior que la sostiene. La primera mirada a esta hoja me hizo percibir su aspecto frágil; la mirada prolongada al resto de la planta, me adentró en la profundidad de la naturaleza. Esta planta se ha convertido hoy en un espacio espiritual contemplativo escondiendo lo explícito y más innegable de su simpleza y regalándome un reflejo de Quién la creó. Convirtiendo en nítido lo sombrío, haciendo visible lo invisible, preciso lo impreciso, dilatado e inmenso lo minúsculo. Mi observación quiere siempre alejarse de lo evidente y cada vez que miro y exploro, entiendo que todo, sin dejar de ser lo que es, puede ser también la promesa cierta de otra cosa o de otra realidad.

por @mbellido

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