Poesía en tiempo de penurias, me dijo una vez un amigo. Leo a Juan Ramón Jiménez. Cada poema me parece una lucha por acercarnos lo infinito que pulsa en la propia finitud del poeta. Se comprende que dijera: “La poesía es un intento de aproximación a lo absoluto por medio de los símbolos”. Me embebo de sus palabras porque su sabiduría es típica de quien vive en complicidad con el infinito. Así es el arte y así son los artistas. Él también lo sabía: “El poeta no es un filósofo, sino un clarividente”. Esa claridad que nos regala la poesía nos llega siempre al espíritu, a la inteligencia y al alma, nos protege de la ignorancia, nos cobija en las tempestades momentáneas, nos salva de los naufragios y nos lleva a islas de reflexión profunda donde respiramos paz y nos envuelve la luz. La poesía de Juan Ramón, y también la de Machado, de Hernández, de Lorca, de Alberti, nos regala en cada poema un ascenso y un descenso a la Naturaleza y a lo Eterno. En algunos, lo encontramos de manera austera, en otros fuerte, complaciente o acariciante. Mis ojos se paran en este poema que huele a jazmín.

¡QUÉ TRISTEZA DE OLOR A JAZMÍN!

¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.

En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.

La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.

¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes… Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.

En este poema encuentro el movimiento mismo de la vida, que va y viene, que abandona y se recupera, que recuerda… Son fragmentos perdidos de mi vida y con ellos, en el más profundo silencio, me conecto con presencias, con colores, olores, sonidos, pliegues de amor y pasión. Multitud de imágenes que estallan al ritmo de cada una de las palabras.
El recuerdo no se sustrae, no se resiste, no se escinde, al contrario se abre en significaciones que resuenan como notas de una melodía.
Mientra leo, escucho «la goccia» de Frédéric Chopin. Un preludio, creo el nº 15. Lo llaman “la gota” a causa de esa nota insistente que acompaña toda la melodia. Todo pasa, pero esa nota no. El deseo profundo de felicidad que cada uno siente en el propio corazón no pasa y es lo que permite enfocar nuestra vida, mirar el significado que tienen los acontecimientos y las circustancias, que me ayuda a entender por dónde tengo que ir cuando pierdo el camino, cuando creo que ya no tengo fuerzas, cuando un dolor tritura hasta los huesos. “La gota” es como el latir de nuestro corazón que da ritmo a nuestro vivir cotidiano: acelera cuando nos emocionamos o estamos alegres y desaselera cuando estamos cansados o tristes. La nota que persiste no es una tortura, es una invitación a vigilar, a estar atentos y dejarnos soprender una y otra vez. Por ejemplo con un poema.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

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