Se repite una y otra vez que todo está cambiando, pero no sé en qué medida somos realmente conscientes de esta transformación y de lo que supone para cada uno. Se están preparando desde hace tiempo nuevos modelos de desarrollo y de estilos de vida en nuestra sociedad y, como si de un guiso se tratará, estos cambios se cocinan a fuego lento. Tiempos de cocción que para muchos son largos y dolorosos. Cocción que achicharra a una parte de la sociedad que percibe la perpetuación de esta crisis como incapacidad de los políticos. ¡Demasiada confianza se ha depositado en los gobernantes pensando que ellos serían los que crearían los puestos de trabajo y demasiada poca confianza se deposita en el esfuerzo y en el emprendimiento, verdaderos artífices de los cambios! Lo que sí se ha demostrado es que buena parte de los problemas los ha agudizado una porción bien despachada de la clase política y sindical.

Hay quien sigue pensando ingenuamente que el relanzamiento de nuestra economía se producirá gracias a los flujos internacionales de capitales o a las inversiones, en nuestro país, de otras economías más desarrolladas. Demasiadas razones «for profit» tienen las multinacionales para invertir en otras regiones del mundo antes que aquí. A no ser que asumamos ya, sin perder un instante, que se debe invertir en formación profesional y agilizar aún más el mercado laboral para ser competitivos, sin tener que llegar, por supuesto, a  los niveles de China o Kenia.

Desde hace algún tiempo, a muchos le vienen sonando abstractos e improvisados los discursos sobre la resolución de la crisis y creación de empleo que ha hecho la clase política y sindical.  Discursos sustancialmente distantes de quien sufre el desempleo, de quien trata de mantener a flote su empresa, o de la propia fisionomía del trabajo, del esfuerzo y de la dimensión fatigosa del mismo. Quien ha vivido protegido por la mampara afelpada del poder, aconsejado por adiestrados estadísticos, cuidadores de imagen y expertos de comunicación, no siempre ha sabido reconocer  las luces y sombras de los costes y faenas productivas y, por ello, probablemente ha sido  incapaz de reglamentar y potenciar las bases del emprendimiento y el empleo.

El no haber reconocido la crisis a tiempo, no haber acertado con las medidas y no haber metido la tijera en el gasto público hace que estemos arrastrando esta situación más de la cuenta y que en la actualidad nos encontremos en el peor momento de la crisis. Ahora, finalmente se está haciendo un gran ajuste y aunque esto signifique una caída del PIB y se llegue a alcanzar una cifra de 6 millones de parados, se están poniendo las bases para salir del túnel y limpiar las listas del paro.

Por otra parte, todos los movimientos que se están produciendo en el sector financiero harán que este esté saneado antes de terminar el año. En otra vertiente, y aunque muchos no lo entiendan así, reducir el déficit público en 40.000 millones de euros es no solo imprescindible sino la única salida para embocar la senda del ajuste y la recuperación. Si además logramos a lo largo de este año arreglar las cuentas del sector exterior, España dejará de endeudarse y podrá encontrar el equilibrio deseado. Es impensable esperar que el gobierno reforme el mercado de trabajo a nivel antropológico y cultural para inyectar el sentido de responsabilidad y esfuerzo en la ciudadanía productiva, pero alguien tendría que transmitir seriamente que es la hora de arrimar el hombro y poner todos de nuestra parte. Miedo me dan los que intentan calentar el ambiente con declaraciones incendiarias, manifestaciones y huelgas que no llevan a nada; miedo me dan algunas de las propuestas contrarias a la austeridad y a los objetivos de consolidación fiscal que IU está poniendo sobre la mesa para conformar un pacto de gobierno en Andalucía; miedo me da que seamos tan necios que nos dejemos deslumbrar, en medio de las penurias actuales, por proclamas demagógicas cargadas de promesas paradisiacas de tinte «rojiverde» y que se pierda el último tren de la recuperación que está pasando por las estaciones de nuestra tierra.

Manuel Bellido

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