A veces buscamos desesperadamente signos para seguir viviendo y cuando los encontramos nos interrogan, nos provocan y nos empujan a mojarnos sin permitirnos pasividades. En cada signo encontramos también fragmentos del pasado y trazos de otras vidas. Los signos son huellas, vestigios, pisadas, rastros, símbolos, pistas, surcos, estelas, códigos y contraseñas.
Los signos son talismanes encontrados en excavaciones de nuestro ser más profundo, jeroglíficos que se descifran a medida que arriesgamos. Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano y como Newton nos sumergimos en las profundidades de los signos para buscarlo. Nuestro mundo nos aparece cerrado en apariencia y sin embargo intuimos que está lleno de riquezas por descubrir. Nuestra vida nos aparece acotada por el rigor y, sin embargo, la imaginación nos agita las ganas de surcar otros cielos y volar sobre otros mares. Los signos nos abren puertas a la esperanza, muestran casi siempre el presagio de una nueva experiencia y por sumergirnos en ella haríamos cualquier cosa. Daríamos como Descartes, todo lo que sabemos por la mitad de lo que ignoramos.
Indagar en un signo no es apuesta menor y encierra sus riegos. Las expectativas no son siempre satisfechas. Hubo épocas en que busqué signos en la literatura. En 1979 durante una estancia en Londres busqué exasperadamente en John Donne, en Matthew Arnold, Kipling, Wells, Shaw, Conrad, Henry James, Chesterton… Encontré muchos signos pero ninguno definitivo. Me estaba aficionando de manera feroz a la lectura y no dejaba de darle razón a Sócrates “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia” Más me acercaba a la luz más descubría mis limites. Dónde de verdad experimenté ciertas vivencias, quizás porque me metí de lleno en las fauces de determinados signos, fue leyendo a Moravia, a Silone, a Mari Cardinal. También Oriana Fallaci, Indro Montanelli, o Igino Giordani aportaron buena tierra. Fueron tiempos que siguiendo el consejo de Palacio Valdés me adentraba sin miedo en la búsqueda de signos dejándome llevar por el olfato. Como los exploradores. De hecho “Cuando se bordea un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo”. Los signos pueden ser de todas las medidas, pequeños o grandes. Lo importante es no perderlos de vista, ya que son como los sueños y en la persecución de ellos no hay que arriesgar desbaratarlos.
A veces los signos también aparecen en los sueños. Hay gente que no cree en ellos. Decía Eliot que ahora nosotros no creemos mucho en los sueños, les damos un origen fisiológico o un origen psicoanalítico. En la antigüedad, cuando la gente creía en el posible origen divino de los sueños, esto los hacía soñar sueños mejores.
Hace tiempo repetí el mismo sueño durante muchas noches sin entender de qué se trataba. Un señor de edad ya madura, en las cercanías de un lago me tiraba un sombrero que yo nunca lograba atrapar. Una noche el sueño terminó de otra manera. Logré coger el sombrero que me lanzaba. Allí encontré un signo, una señal, un indicio. Aquella cosa evocó otras y sobre todo me abrió un camino que afronté sin miedos.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

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