Quizás no somos del todo conscientes que el 60-80% de la comunicación no es verbal. Prescindiendo de las palabras, los movimientos de los ojos, de las manos, de los brazos, de los pies… reflejan pensamientos, sensaciones y actitudes que en algunos casos pasan desapercibidos pero no siempre. Jugar con el anillo o con la corbata nerviosamente mientras alguien nos habla, despejar una mota de polvo de la chaqueta antes de responder a una pregunta o afrontar una cuestión, acariciarse la mandíbula antes de tomar una decisión, son algunos de los gestos que a menudo hacemos sin darnos cuenta. Cada uno de estos gestos tiene un significado y revelan alguna emoción, sensación o pensamiento. Las palabras pueden ocultar hechos, pueden ser usadas para falsear una situación, pueden engañar. El cuerpo sin embargo, se resiste a mentir, el cuerpo no sabe mentir. El lenguaje del cuerpo delata emociones, incluso las más profundas y verdaderas.
Mi curiosidad leonardina y mi pasión por la observación me ha llevado a menudo a descubrir dinámicas fundamentales de las relaciones humanas, que se traducen en gestos: poder, autodefensa ante la prevaricación, inseguridad, galanteo, adhesión o rechazo.
Siempre me ha gustado captar e interpretar el modo en que una persona da la mano, se sienta y cruza las piernas o porque se sigue tocando el pelo o el rostro mientras habla.
¿Habéis visto alguna vez algún espectáculo de Marcel Marceau? Yo he tenido ocasión hace muchos años de seguirlo en una gira. Os aseguro que aprendí mucho de su gesticulación y arte. Recuerdo una frase suya, que expresaba intensamente su manera de afrontar la vida y que me abrió la puerta a darle más importancia a los gestos. Decía más o menos así: “En el gesto hay la misma intensidad poética y simbólica que en el poema. La percepción del gesto puede dar un lirismo parecido a la música o parecido a la resonancia del verso”.