Tiempos tristes los que corren. La degradación que se palpa en la vida pública es considerable y los medios de comunicación son ávidos testigos y antenas repetidoras y multiplicadoras de esos trapos sucios del poder. Conviven niveles preocupantes de corrupción y de desconcierto ciudadano con mucho paro, graves apuros económicos a todos los niveles e inquietante falta de responsabilidad ética y de proyectos edificantes en la sociedad civil.
Da pena ver como poco a poco asistimos al agrietamiento y derrumbe de valores fundamentales y convicciones profundas capaces de sostener a un mundo que afronta, hoy por hoy, desafíos y retos colosales sin mucha ilusión. En el horizonte no se ven signos ni indicadores de un esperanzador cambio de sentido en este viaje a la deriva. Y no se puede asistir a tanto deterioro sin preguntarse qué será de la generación futura y sin preguntarnos también quién podrá ofrecer luz en medio de tantas tempestades. Hasta los ataques recientemente orquestados contra la Iglesia están consiguiendo hacer navegar por aguas demasiados turbulentas a esa barca, que en momentos de tanto desconcierto, podría ofrecer a esta sociedad en crisis reflejos de valores para salir adelante. Como decía recientemente el presidente de HazteOir, Ignacio Arsuaga, “los ataques sufridos por la Iglesia -y por el Papa- en las últimas semanas obedecen a que la Iglesia ha sido y es el único freno a las políticas contrarias a la dignidad humana”.
Se necesitaría un poco de honradez intelectual en quien, desde la prensa o desde la TV, está vomitando toda la acidez anticlerical de manera disparatada. ¿Hay curas que se han equivocado? Sí. ¿Se han condenado esos hechos? Sí. Y nunca, nadie en la Iglesia ha compartido o defendido esos errores. ¿Qué más se pretende? ¿La renuncia del Papa? ¿Callar la voz de la Iglesia? Conozco personalmente a sacerdotes, obispos y cardenales con una gran altura humana, intelectual y moral. ¿Y podemos olvidar o enfangar con este escándalo, la labor solidaria, desinteresada y silenciosa de tantos sacerdotes y miembros laicos de la Iglesia, en esta nuestra tierra, y en países con altos índices de miseria, hambre y abandono? No se puede juzgar todo un colectivo por errores de unos cuantos. ¿Habría que condenar a todo los miembros del PSOE por los tremendos casos de corrupción, de guerra sucia, de financiación ilegal del partido que ensombrecieron al país en la última legislatura de Felipe González? ¿Son condenables y corruptos todos los miembros del PP, solo porque algunos caraduras se han dedicado a estafar? Ni es oro todo lo que reluce, pero tampoco todo el campo es orégano. Habría que recordarles a todos esos jueces improvisados contra la Iglesia la frase de Oscar Wilde: “Si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos” y tampoco estaría mal tener en cuenta el consejo evangélico: “No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzgareis habéis de ser juzgados, y con la misma medida que mediréis, seréis medidos vosotros”.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com