Hacedor de mi destino

Cuando voy al mar, a esa playa de la infancia que tanto me cautiva, me instalo sobre unas rocas frente al horizonte y emprendo viaje con la imaginación hacia cualquier punto cardinal que se me antoje. La única brújula que llevo conmigo tiene como todas, norte, sur, este y oeste pero en forma de curiosidad, de sueño, de belleza y de vida. Mis ojos en medio de ese gran océano, inmensamente azul e inmensamente profundo, buscan tierras nuevas, puertos seguros donde atracar y territorios para amar a quien día a día se adueña de mi corazón. Me da igual que sean ciudades ya conocidas o nuevas por conocer. En ellas busco siempre viandantes que pasean sus existencias, notas necrológicas de gente que no fue famosa, ventanas llenas de vidas familiares, heráldicas heroicas, olores nuevos de cocina, rincones sin tiempo, troncos centenarios y ramas vestidas o desnudas que tiñan de verde mis ojos, héroes de piedra que evoquen otros tiempos, canas de viejos ilustrados y risas frescas de chiquillos atolondrados. En cada ciudad me apropio de historias, relatos prohibidos, leyendas y patrañas. Después en mi libreta escribo y espoleo a la cabalgadura de mi lápiz para que continúe rumbo al sur, es decir hacia mis sueños y gane pronto el paraíso prometido. De pronto el rojo del ocaso enarbola ya su condena y me obliga a mirar otro punto del cielo donde ya reina señora y madre una luna blanca y presuntuosa. Recojo en mis alforjas los sentimientos probados. Viajan conmigo mis sueños y mis deseos. No hay ya caminos que se bifurquen y, con voluntad, decido seguir siendo el hacedor de mi destino, de lo próximo y de lo lejano. En el cuaderno de bitácora ya está anotado. Esta noche seguiré soñando para no perder el rumbo que me señala el corazón. No quisiera encallar en mi travesía en algún acantilado rocoso que despedace mi barca antes de llegar a su destino.