Se quiera reconocer o no desde los organismos comunitarios, Europa ha vivido una crisis institucional que ha generado desconfianza al interno, entre sus ciudadanos, y al externo, en  muchos países que durante tanto tiempo vieron a nuestro continente en una posición dominante en el panorama mundial. Europa que ha vivido pasados míticos, en los últimos años ha arriesgado perder esa condición de privilegio y dominio que había consolidado en su historia.  Hasta los años ochenta avanzó en una especie de marcha triunfal,  la unidad de las naciones que la componían  era visible y todos sus miembros tenían motivos de satisfacción porque todos estaban  ganando algo, o mucho, gracias a esa unión. Sobre todo en países periféricos y del sur,  países como Italia, España, Portugal, Grecia o Irlanda, el avance era claro. Al mismo tiempo, ese proceso de desarrollo no se producía solo en Europa, otros grandes emergían en la escena del mundo, con crecimientos evidentes,  poniendo el listón de la competitividad cada vez más alto. En la actualidad ante las pujantes economías americanas y asiáticas,  solo una Europa unida y con una economía sana puede competir. Durante la crisis económica de estos años Europa ha perdido mucho tiempo antes de afrontar con dimensión continental las debilidades de la deuda pública de algunos países como el nuestro.   Una Europa dividida ralentiza la salida de la crisis, mientras que con una Europa unida y solidaria resultaría más fácil poner en marcha una reacción conjunta que acelere la recuperación en estos momentos difíciles.

La Unión es un concepto cultural e histórico que no puede quedar estático. Ha llegado el momento de afrontar con audacia también un proyecto político común, una obra que requiere paciencia, generosidad  y ambición al mismo tiempo.

Por eso hay que trabajar, para que en las  próximas elecciones al Parlamento Europeo aquellos que hoy son euroescépticos no frenen el inicio de una nueva etapa con  nuevas alianzas y nuevos retos y para que se consolide la esperanza de que  los dos grandes grupos políticos, populares y socialistas  que representan a la mayoría de los ciudadanos europeos, se pongan a trabajar juntos para avanzar en la construcción europea. Y cuando hablo de proyecto de futuro no me refiero solo a poner en marcha políticas de empleo y de innovación,  me refiero también a otros aspectos fundamentales como participación civil y compromiso moral.

El futuro que muy pronto estará en manos de las nuevas generaciones es un futuro que dependerá  del nivel de dignidad personal y moral con la que estos jóvenes querrán y sabrán estar en esta sociedad en construcción. No olvidemos que son los seres humanos los que construyen la historia y no las fuerzas anónimas y burocráticas de las Administraciones Públicas.

El papel de nuestros políticos, por tanto, es esencial para mostrar el camino. Entre los deberes de los políticos que nos representarán en Europa en los próximos años están  unir a la sociedad y no dividirla, empujarla al cambio y mostrar  la importancia de una Europa unida en el siglo XXI para alcanzar una posición de influencia en un mundo cada vez más competitivo.

Sabemos que en muchos de los obstáculos al desarrollo de la UE vendrán de las filas de esos partidos antes marginales, antisistema y euroescépticos, que se están abriendo camino en el hervor del descontento ciudadano. Por eso es importante la participación masiva en estas próximas elecciones aparcando el derrotismo y los frenazos que Europa ha tenido que sufrir en los últimos años. Quizás es el momento de volver a soñar de nuevo y apostar decididamente por este gran proyecto común.

Manuel Bellido – bellido@agendaempresa.com

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por @mbellido

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