Mi padre combinaba con humor historias y anécdotas, por eso me encantaba escucharle. Cuando era pequeño y la TV en mi pueblo la tenían solo unos pocos, las emociones me las proporcionaba él con sus cuentos. “Cuéntame la historia del Gordito” – le decía yo, y el me relataba una y otra vez la historia de ese niño travieso que comía mucho.
El universo de ficción que mi padre me proporcionó en la infancia fue fenomenal y aún hoy siento el beneficio. No fue quizás la intelectualidad de sus relatos sino la fantasía con la que era capaz de armar una explicación lo que hacía volar mi imaginación. Ante mis preguntas nunca dudaba, se detenía un breve instante y después iniciaba su relato. Yo era incansable: “Háblame de la nieve”, “háblame del viento”, “háblame de la lluvia” “háblame….”
Hoy, si estuviera aquí, a mi lado, le diría: háblame de la espera. De esa espera por la mañana, apenas despierto, a que el café humeante rumoree en la moka, a que ya se haya filtrado y pueda verterlo en la taza. De la espera en la cola que se forma ante la única ventanilla abierta en la sucursal del banco donde atiendo antes de hacer un ingreso. De la espera en la estación, de ese tren de alta velocidad donde llegará mi hija y de su sonrisa tierna que pellizcará mi estómago apenas la veo venir hacia mí. De la espera a que llegue el buen tiempo y los árboles de la avenida se llenen de flores perfumadas que anuncian la primavera. Quisiera preguntarte de todas las esperas, de las alegres, de las dolorosas, de las del día a día y de las trascendentes. De esta última, tu relato se volvería reflexivamente sobre ti mismo y me hablarías de la espera de la muerte y del encuentro con ella. Tú también esperaste en esa cola de la vida el momento de acercarte a la ventanilla de esa última estación para comprar el billete de ida. También me dirías que en la vida esperar no es estar parados, es andar haciendo camino, es soñar un gran día, una gran felicidad, una ilusión cumplida.
En estos momentos espero y espero seguir esperando. Esperar y esperanza van de la mano. Aparte de ser una virtud teologal es también la confianza puesta en que ocurra algo o en lograr algo que se desea.

Sé que mi padre, después de haberme hablado de la espera y de las esperas, me habría dado una última y seria recomendación de inverosímil ingenuidad pero repleta de verdad: “está absolutamente prohibido no esperar, en ello va tu vida y tu felicidad”

IN ATTESA DEI PESCATORI (1958)
Gabriele Mucchi (1899 – 2002)

por @mbellido

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