Lo cuenta Platón en uno de sus Diálogos. Habla de grullas pero es aplicable a ciertos hombres. Comenta que, si las grullas hicieran una clasificación, dividirían a los seres animados en grullas y animales. Dicho de otra forma: en grullas y «no-grullas».
Así es el egoísta: para este tipo de individuo, la división de la sociedad es muy sencilla: él mismo, que es el insuperable, el único, el impar, el importante, y el resto, los demás que son una sombría nube del «no-yo».
El Diccionario de la Lengua Española define egocentrismo como una “exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales”. Todos conocemos a alguien que cojea de ese pie. Yo conozco a uno que tiene hasta su eslogan particular y lo enarbola en cada acto, gesto o conversación con magistral soltura: “Cada uno piensa en los propios intereses, yo pienso en los míos”. La verdad es que cuando un sujeto atraviesa la línea roja de ciertos límites, puede ser considerado enfermizo y de comportamiento patológico. Ciertas personas esconden debajo de esta manera de ser una gran falta de autoestima, en realidad se sienten fracasados y sus vidas reflejan una secuencia interminable de fracasos profesionales y personales, unidos a una carencia afectiva considerable. Lo malo de todo esto es que, encima, no disfrutan, un sentimiento de sufrimiento anida a menudo en su ánimo. Viven angustiados, hacen lo imposible para lograr el aplauso y la admiración de los demás, buscan rodearse de personas más jóvenes o menos preparadas que saben que le podrán elogiar y no cuestionar lo que dicen. Necesitan ser adulados. Necesitan también una pareja ideal que nunca encuentran. Hablan y hablan y pretenden siempre ser escuchados y aprobados. A estos sujetos se les reconoce fácilmente, ya que no les interesa conocer las necesidades de los demás. Sólo ellos tienen necesidades. Sus intereses siempre son los más importantes. Los demás no existen, si no es para servirse de ellos. Más que pedir, exigen, aunque lo camuflen dando pena y haciéndose compadecer. Usan lo que les das mientras lo necesitan. Después, desprecian y tiran. No dudan en sembrar cizaña, calumniando, dividiendo y haciendo añicos a todo el mundo a su alrededor con tal de sobresalir. No dudan en evidenciar lo negativo en todo lo que no lleva su firma. Critican hasta la saciedad y siempre concluyen que ellos lo habrían hecho mejor. Proclaman que hay que mojarse, pero ellos nunca se mojan. Es curioso, el mundo se puede parar que ellos ni lo notan. Sus vidas enmascaradas de satisfacción esconden cenizas, porque en una meticulosa y minuciosa avaricia creen ganar concediendo a los demás el menos posible y pretendiendo el máximo. Al final lo pierden todo. Incluso en una somatización de la pobreza espiritual en la que viven e incapaces de una descentración social que los sitúe en el lugar de los otros, como les sucede a los neuróticos o a las personas con retraso afectivo, terminan perdiendo hasta la salud. Si os sirve de consejo, evitad un egocéntrico en vuestras vidas.

Manuel Bellido

por @mbellido

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