La vitalidad de Nueva York es impresionante. Su gente es una amalgama de razas y culturas excepcional. La vida fluye. Neoyorkinos y visitantes extranjeros forman un río multicolor que recorre sus calles y avenidas. La oferta callejera de la ciudad son miradas, sonrisas y gestos llenos de vida que provocan emociones. La vida cotidiana neoyorkina vive a gran velocidad. Solo el Central Park y algún que otro parque de la ciudad ofrece un escape gratificante y tranquilo. En bicicleta, en patines, andando o haciendo ejercicio, las personas han encontrado un remanso de paz, un pulmón de oxigeno donde relajarse y retomar fuerzas.