Este domingo se ha vivido un momento histórico. Lo estuve siguiendo a través de la TV italiana. Fue el encuentro de oración de Francisco con los presidentes Shimon Peres y  Mahmud Abas en presencia del Patriarca de Constantinopla Bartolomé I y del guardián de Tierra Santa el padre  Pizzaballa. El vibrante llamamiento de Francisco  a Shimon Peres y Mahmud Abas al término de una ceremonia que duró dos horas en el marco incomparable de  los jardines del Vaticano me emocionó sinceramente..

La palabras del Papa llegaron después de que rabinos judíos, cardinales cristianos e imanes musulmanes leyeran y cantaran versículos del Viejo y del Nuevo Testamento y del Corán en italiano, inglés, hebreo y árabe.  Todas las invocaciones estaban dirigidas a pedir la paz para Oriente Medio.

“El logro de la paz requiere de valor, mucho más que la guerra. Requiere del valor para decir sí al encuentro y no al conflicto. Sí al diálogo y no a la violencia. Sí a negociaciones y no a hostilidades. Sí al respeto de acuerdos y no a actos de provocación”, manifestaba el Papa.

La ceremonia tuvo tres momentos de intensa emoción, para agradecer al Dios de la Creación, pedir perdón e invocar la paz.

Paz entre los pueblos han repetido hebreos, cristianos y musulmanes en sus oraciones, paz en Tierra Santa han pedido Francisco y los dos presidentes.  Esperemos que el eco de este encuentro memorable llegue a todos los rincones de la Tierra donde conflictos bélicos derraman sangre de hermanos.

Reproduzco aquí el texto integro de las palabras del Papa Francisco

“Señores Presidentes

Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.

Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.

Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.

Su presencia, Señores Presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.

Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.

Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.

Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.

Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.

La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre”.

por @mbellido

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