Una amplia y bellísima sonrisa comunicaba la alegría vital que recorría sus venas. Se sentía cómoda consigo misma, con su feminidad, con su elección, con su vida. Su expresión proyectaba un magnetismo especial que atraía. Su sonrisa era la consecuencia de su felicidad. De su interior emanaba una placidez de infinitos colores y esa actitud modificaba su mundo exterior. Me contaba una fábula maravillosa. Era la suya. Las historias más hermosas son aquellas que tienen un final feliz, donde sus personajes, un él y una ella, después de tantas peripecias, finalmente viven felices para siempre. Esa era su historia, una historia de amor y, el amor, siempre hace que el alma salga de su escondite. La suya, resplandecía de abundancia espiritual. Su felicidad era de dar, no de esperar recibir, pero sus ojos delataban que al mismo tiempo se sentía correspondida. Alguien me dijo una vez que el amor es el único juego en el que ambos jugadores pueden ganar. El amor que ella expresaba no era el de las matemáticas de la resta sino el de las sumas. Hasta sus manos parecían llenas, sus gestos no eran avaros, eran generosos porque el amor rebosaba de su corazón como las abundantes aguas de una cascada de montaña. Había subido a un tren que la llevaría a un destino llamado felicidad y yo le recordé tímidamente que la felicidad en realidad no es un sentimiento, es una decisión. Como la que ella había tomado ese día.
Un momento de felicidad puede tener mil nombres. Hoy se llamaba… Sí, tu nombre. ¿Era el mío?

Imagen: un cuadro de Marc CHAGALL

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

Los comentarios están cerrados.