Un adecuado dominio de las reglas de composición es indispensable para realizar una buena fotografía y para que la imagen resultante sea eficaz, atractiva y comunicadora. Siempre he admirado la capacidad de algunos fotógrafos para reconocer una oportunidad fotográfica y organizar rápidamente la cámara para captarlo. Los buenos artistas lo hacen. Con la vida sucede como con las fotos. ¿Cómo atrapar un instante, vivirlo intensamente y plasmarlo para siempre en el corazón, en la mente o en un diario? ¿Cómo contar un beso de pasión robado en un momento de nuestra vida sabiendo que ese gesto tiene el poder en sí mismo de desaparecer o hacer que todo lo que venga después de esa situación mágica nos cambie y nada sea igual? Plasmar el momento de un beso de amor no es fácil, sobre todo si es un beso robado, que mucho tiene de especial. Ya lo decía Guy de Maupassant, “un beso legal nunca vale tanto como un beso robado”. Contar la historia de un beso desde el segundo anterior a darlo es tremendamente difícil porque contiene en sí un acto de rendición donde nuestra conciencia se abandona. No es fácil hablar ni del enamoramiento, ni de un beso, sobre todo si se quiere contar desde el interior de nosotros mismos. Es difícil buscar palabras que expresen esa atracción, ese vértigo, esa batalla que se libra en un soplo entre nuestras heridas y nuestra esperanza para abandonarnos o no. He encontrado en una página de mis diarios un beso antiguo, contado con acento mitad soñador, mitad quirúrgico, donde se aprecia impulsividad y resistencia al mismo tiempo. Me ha parecido que mi anotación en el diario era un viaje a ese lugar entre las costillas cerca del plexo solar donde es posible que en esos momentos estuviera decidiendo sobre lo que esperaba o lo que me asustaba. Hoy esa lectura me proporciona un recuerdo entrañable y una evocación dulce que sin llegar a embriagarme me emociona.