ETA agoniza frivolizando con espectacularidad y presencia mediática. Ellos creen que con esos rostros cubiertos, esa voz, la escenografía, el símbolo de la serpiente y las banderas concentran un gran poder para persuadir o vender. Al máximo llegan a distraer y sí a repugnar. Ayer ocupaban las primeras páginas de los periódicos y la apertura de los telediarios, pero no olvidemos que esa suerte de capital mediático que les da protagonismo y que les hace ser noticia de portada está impregnado de sangre. Son asesinos. Nada más.
La popularidad de ETA se ha desligado desde el primer día de cualquier mérito. Matar por la espalda es una plataforma de lanzamiento de cobardes. En el país vasco, sus seguidores, tan ruines como ellos, saben que entre criminales no es preciso saber hacer nada de bueno para ser idolatrado, basta con cultivar una imagen de matón de barrio y disparar o poner bombas en nombre de un nacionalismo desteñido que solo esconde la peor de las dictaduras.
Para la izquierda abertzale estos son sus ídolos y como los modernos ídolos de masa, músicos, cantantes, bailarines, para ser aclamados tienen en su haber cierta excelencia profesional, estos malhechores también la tienen: son especialistas en explosivos, robos, chantajes, pistolas, sangre fría, desprecio a la vida, demagogia y muerte.
De la misma manera que las loterías prometen la riqueza instantánea, ellos prometen independentismo en estado puro sin pasar por las urnas, sin democracia. Son fracasados políticos, fracasados ciudadanos, fracasados pensadores, fracasados seres humanos. Su fuerza no es la razón, su fuerza es la de los matones, perdedores, raquíticos caprichosos, traumatizados inmaduros que no aguantarían un debate político sin echarse a la yugular del contrario que discrepe de sus opiniones. Su entorno, como el “hincha” que vive para el partido del domingo, vive en la espera de un nuevo guardia civil, policía, militar o simple ciudadano asesinado.
Vivimos en una sociedad que sufre las consecuencias del crepúsculo de los ideales nobles.
El vacío de valores en nuestra sociedad, que la TV se encarga de llenar con la basura más soez, hace que muchas caras duras campen a sus anchas y consigan banalizar todo aquello que huela a humano o cristiano. Cuando no existe un marco de ideas que permita distinguir lo honrado de lo que no lo es, la verdad de la mentira, un político idóneo de un demagogo simpático, los intereses de partido de los intereses de la sociedad, la mera presencia en los medios comienza a imponerse como único criterio de valor. ETA lo ha intentado, pero no los hemos creído. El Gobierno tiene que mantenerse firme y luchar contra ellos con las armas del Estado de derecho. Así lo quiere el pueblo.

por @mbellido

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