Hace unos días animaba a una estudiante de periodismo a escribir siempre, en cualquier lugar, circunstancia, sobre cualquier tema y a cualquier hora. No solo para practicar ese juego maravilloso de enlazar letras o palabras, sino para aprender a expresar sentimientos, comunicar aquello que llena el corazón, convencer, poner en común, compartir, reflexionar y provocar reflexiones y sobre todo, aprender a pensar mejor. Estructurar los contenidos y hacerlo de manera simple y comprensiva es un ejercicio del pensamiento. Le conté mi experiencia: desde que empecé, todavía adolescente, a escribir mis primeros diarios y cuentos me apasionaba describir paisajes maravillosos, dar vida a objetos inanimados, inventar animales fantásticos, crear personajes, asustar a mis potenciales lectores con historias de terror, hacer ciencia ficción.. Desde que entré en este mundo de la escritura penetré sin darme cuenta en una especie de laberinto, del que difícilmente se puede salir. Creo que la escritura es una especie de artilugio que transforma en visible lo invisible, convierte el producto de la imaginación, con precisión y eficacia, en algo material. Es curioso, casi siempre los buenos textos se leen dos veces, las noticias solo una. Así decía el escritor británico Cyril Connolly: “La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez”. Por supuesto que para escribir es necesaria una premisa: tener algo que decir. A mi amiga, estudiante de periodismo, la dejé con un pensamiento que para mí siempre ha sido útil y estimulante: escribir es un oficio que se aprende escribiendo. No dándose nunca por satisfechos, no dejándose intimidar fácilmente, pensando creativamente, buscando la claridad, dispuestos siempre a re-escribir una y otra vez, siendo muy exigente… Cuando escribo me gusta imaginar que soy una especie de radar expuesto tanto al soplo del porvenir como al de la actualidad de nuestros días; sobre todo un hombre amplificador de la Belleza.