Un fuerte temblor ha sacudido la tierra en el nordeste de Afganistán y en el noroeste de Pakistán que se ha sentido también en la India. El terremoto de magnitud 7,5 de la escala de Richter ha causado ya 264 muertos de los cuales 180 en Pakistán y 84 en Afganistán. Los heridos 1.100 y 295 respectivamente. Frecuentemente estos movimientos de la corteza terrestre en forma de ondas que sacuden la superficie de la Tierra, provocan desastres en zonas donde la pobreza y el subdesarrollo ya infringen sufrimiento constante a sus poblaciones. Son demasiadas las ocasiones que vemos desfilar imágenes en TV de desastres producidos por la fuerza de la naturaleza en zonas ya afectadas por otras calamidades. No siempre nuestras reacciones son nobles. A veces nos enredamos en explicaciones inútiles y vacías que al final, sirven más para tranquilizar nuestras conciencias que para encender una llama de generosidad y solidaridad hacia quienes lo están pasando tan mal.
Hoy alguien comentaba en una tertulia, después de escuchar la noticia, que con demasiada frecuencia cierta población se concentra en zonas peligrosas como las planicies aluviales y que es lógico que se produzcan estos desastres, a lo que otra persona añadía que la destrucción de los bosques y humedales está mermando la capacidad del medio ambiente de soportar las amenazas. La conversación derivó a comentarios sobre el incremento de la concentración de los gases invernadero y el cambio climático. El debate terminó ahí y se pasó a comentar otro tema de actualidad. Sentí un cierto malestar constatando que un desastre de tal naturaleza, nos empuje a teorizar y no a movilizarnos por causas solidarias. En el fondo el ser hijos de la Tierra nos hace ser hermanos de cualquier ser que habite en cualquier continente. Esta familia que es la humanidad necesita antídotos contra las epidemias de egoísmo que a menudo nos atacan.