Hay un proverbio judío que dice que “con una mentira se suele ir muy lejos, pero sin esperanzas de volver”, porque la mentira es como una bola de nieve: cuanto más rueda, más grande se vuelve. La historia está llena de mentiras. Hay una batalla en el mundo entre la verdad y la mentira desde la misma existencia del hombre. Mentir es un recurso fácil que nos exime de pasar por los esfuerzos necesarios de ser uno mismo, de ser coherentes. El riesgo que se corre es la posibilidad de ser descubierto.
Los psicólogos advierten que la mentira es un recurso típico de las personalidades paranoide. José Luis Catalán Bitrián dice que el hábito de mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad que podríamos llamar ‘seudología fantástica’, que es una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia finalizada a causar una impresión de admiración en los espectadores. Otros psicólogos hablan de inmadurez, con todo tipo de matices.
Mentir está también en contra de todos los cánones morales y está específicamente definido como pecado en todas las religiones. Mentir es manifestar, primero, que se desprecia a Dios, y después, que se teme al hombre. Se puede engañar a los hombres pero no a nuestra conciencia ni a Dios.
Nadie tolera a los mentirosos y en la mayoría de los casos es suficiente que se sorprenda a alguien en una mentira para que se le asigne la etiqueta de mentiroso y se le pierda para siempre la confianza. La mentira es uno de los peores defectos del ser humano. También «ocultar la verdad» es una forma de mentir y, en consecuencia, de hacer daño a otros. Hay muchas investigaciones científicas sobre la mentira. Una que recientemente me ha llamado la atención es la que ha descubierto que cuesta más mentir que decir la verdad. Por ejemplo, una persona que miente tendrá las pupilas más dilatadas que una persona que dice la verdad y además tardará más en leer y responder a las preguntas. Lo cierto es que cubrir una falta con una mentira es reemplazar una mancha con un agujero. Evidentemente, el que miente, no está conforme consigo mismo y en lugar de mejorarse auténticamente y coherentemente se oculta tras una máscara o disfraz inconsistente. Mentir es una enfermedad. La mitomanía es una enfermedad que consiste en la compulsión de mentir. Dicen los psicólogos que los mitómanos son capaces de crear, sostener y creerse sus mismas mentiras. Mienten con el fin de llamar la atención o evadir responsabilidades. A la base de esta enfermedad puede estar un trauma durante la niñez. El único tratamiento que cura esta enfermedad es la ayuda psicológica. Decía Aristóteles que el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad y una verdad a medias no es más que otra cobarde forma de mentir. El mentiroso es como un barco que hace agua hasta que se hunde sin remedio en lo más profundo del océano, a veces perdiendo lo que más quiere. Afortunadamente el que quiere cambiar, siempre puede hacerlo. Cuestión de ayuda y de voluntad.

por @mbellido

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