La vida, casi todos los días, nos pone a la prueba, con una especie de examen para medir nuestra madurez, nuestra tolerancia, nuestro grado de comprensión  los demás y nuestra capacidad de encajar o hacer críticas constructivas. Seguro que en más de una ocasión os habéis encontrado situaciones similares a estas que os refiero. Sentados en el sofá de casa un sábado por la tarde leéis apaciblemente un libro, de repente a través de la pared que divide vuestro piso con el de al lado, comienzan a traspasar estruendosamente  los gritos, los llantos, los golpes de los hijos del vecino. ¿Cómo hacer para trasmitirles a esos sufridos padres que contengan calladitos a sus retoños, sin que reaccionen mal y estalle una guerra en la comunidad de vecinos? En la empresa, constatáis que un ejecutivo o vuestra secretaria, no trabajan con concentración, se equivocan,  no rinden lo suficiente en los tiempos establecidos. ¿Cómo hacéis para hacérselo notar evitando al mismo tiempo que caiga en un estado depresivo que empeoraría aún más su rendimiento?   Vuestro hijo no avanza en el cole, os comenta por enésima vez que no se entiende con la profe,  que se siente tratado mal, que hay algún problema personal que hay que solucionar. ¿Cómo afrontar con ella por enésima vez la situación de vuestro hijo sin arriesgar el desencadenamiento de su arrogancia? Para afrontar estas situaciones o parecidas se necesita habilidad. Para hacer una reflexión sobre una situación disgustosa, hacer una crítica, aclarar una situación con otra persona que está fallando en algo, evitando efectos colaterales y respuestas desagradables  se necesita un gran equilibrio. Muchas veces no sabemos cómo actuar o que decir para no crear tensiones o choques, para no abatir a nuestro interlocutor o simplemente porque no es bueno pasar página del problema sino resolverlo. Probablemente siempre ayuda ponernos en el lugar del otro, recordando por ejemplo, aquellas ocasiones en que nosotros mismos éramos el problema o el objeto de la crítica y nuestra sensibilidad hacía tambalear nuestra autoestima, no entendiendo que aquella era una ocasión para mejorar. Ponerse en el lugar del otro es imaginarse que uno es la otra persona, que te estás viendo a ti mismo desde los ojos de la otra persona, imaginarse antes de hablar cual es su punto de vista sobre esa situación.  Se trata de empatía, nunca es tarde para incorporarla a nuestra vida emocional y social. Cultivarla nos habilitará a posibilidad de vivir un poquito mejor.

por @mbellido

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