A veces me he enfrascado en la lectura de tratados de neurociencia, de biología molecular o de guías de  educación racional-emotiva para intentar aprender algo sobre las emociones  e intentar,  también, responderme a  la pregunta,  que me hago a menudo, sobre una relación directa entre razón y emociones. Doy por hecho que la relación existe. No somos máquinas, y más me conozco y conozco a los seres con los que convivo, descubro una especie  de estrecha conexión que une a las dos, razón y emociones. Ciertamente, estamos de acuerdo en que la inteligencia no es fruto solo del pensamiento, sino de algo que florece de la plenitud de todo nuestro ser biológico.

Todos notamos la calidad de esas personas que desde pequeños han sido nutridos y educados en pensamientos racionales y, al mismo tiempo, han sido adiestrados en su parte emotiva. Por el contrario, también saltan a la vista las actitudes y reacciones de todos aquellos que no las dominan porque no estuvieron educados suficientemente en tan noble tarea.

De todos modos, todos nos hemos encontrado en algún momento de nuestra vida ante la necesidad de dar un giro de tuerca en nuestra manera de ser intentando controlar, dominar y gobernar nuestras emociones,  con la intención de tenerlas como aliadas y  no como enemigas.

Aunque muchos piensen que las emociones son cosas solo de románticos o hipersensibles, lo cierto es que la existencia de cada ser humano está impregnada de ellas.

No podemos negarlo; ya sean positivas o negativas, las emociones son compañeras inevitables, muy valiosas o peligrosas si sabemos manejarlas o no.  Negarlas, reprimirlas o querer deshacernos de ellas es de estúpidos. Siempre me ha parecido un gesto hipócrita intentar esconderlas o expresarlas a medias  en nuestro ámbito familiar o social, por tabú.  Creo que las emociones son el mejor vehículo del lenguaje humano. La impotencia, la vergüenza, la envidia, los celos, la confusión, la rabia y la tristeza son emociones difícilmente reprimibles. Surgen, y negarlas es ir contra la verdad.

El caso es que no hay emociones “buenas” y emociones “malas”. Todas son señales de vida que reflejan nuestra existencia profunda. El primer paso, por tanto, es reconocerlas. Cuando empezamos a reconocerlas, empezamos a conocernos y a darnos una oportunidad para gobernarlas, encontrar nuestro equilibrio y nuestro bienestar. Ayer, una psicóloga, muy preparada, me decía que la salud es vivir en coherencia emocional.

Nunca es demasiado tarde para reconocer nuestras emociones y aceptar la propia verdad emocional. Nunca es demasiado tarde para dejar de temerlas, para aceptarlas y descubrirlas como una verdadera bendición que puede ayudarnos en nuestra vida cotidiana.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com