Cuando se produce un conflicto, el sentido común o natural nos empuja a buscar culpables. Solemos decir: ¿Quién ha tenido la culpa? Como primera aproximación al problema creo que sea una pregunta equivocada. Otras veces, el instinto, nos lleva a precipitarnos y a condenar, antes de buscar otras explicaciones o interpretaciones. En el otro extremo también hay un «buenísmo» propenso a echar la culpa a todos y, ya se sabe, que cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie. Reflexionar sobre el tema de la culpa me ha inspirado un proverbio chino que encontré en un libro de leyendas antiguas que estoy leyendo en estos días. Decía así: “Por culpa de un clavo se calló la herradura, por culpa de la herradura se perdió un corcel, por culpa de un corcel no llegó un mensaje y por culpa del mensaje que no llego se perdió la guerra…” Las acciones de los seres humanos son, a veces, muy complejas y la mayor parte de sus actuaciones puede que provengan de causas y experiencias lejanas que condicionan, en el hoy, determinados efectos. Los conflictos están siempre rodeados de ese fondo de misterio que envuelve las experiencias de los hombres y de las mujeres en cualquier etapa de la vida en que se encuentren.
Me pasa que, cuando examino algunos contenidos de programas de TV, constato el origen de la impresionante fragilidad emotiva que invade parte de la sociedad actual. Creo que con toda esta “salsa rosa y amarilla” la gente está desaprendiendo a conocer y controlar sus emociones. Mucha de esa cultura basura, al igual que un mercado, ofrece valores, maneras, gustos, sentidos tan diversos como discordantes y contradictorios que no ayudan al crecimiento de la conciencia y del “corazón”.
Las emociones cuando son mal expresadas y mal acogidas pueden generar reacciones variadísimas oscilantes entre el impulso de ira y la tentación de frustración. El descuido en la educación de nuestra emotividad puede ser un riesgo para el trascurrir sereno de nuestras vidas. Ese descuido es el que tiene la culpa de muchos de nuestros conflictos. No conocernos, no controlarnos, no canalizar, no saber expresarnos y llamar a las cosas por su nombre pueden condicionar el sentido de nuestras vidas. Todo lo que hacemos o pensamos, casi siempre, es la inevitable expresión de una emoción. Nunca es tarde para intentar mejorarlas.

por @mbellido

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