«El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable.» Eso decía George Bernard Shaw y creo que no iba demasiado descaminado. Lo mires por donde lo mires, la vida es una constante invitación a volar, a superar límites, a ponerse metas cada vez más altas y a no dejarse engullir por la mediocridad.
Y, sin embargo, esta tarea resulta a menudo ardua, ya que parte de la sociedad, sobre todos los envidiosos y los perezosos, muerden a cualquiera que alza el vuelo o se escapa de ella por alguna parte.
Acabo de leer una novela llena de personajes grises, algunos nacidos mediocres, otros que con su actitud y constancia lograron la mediocridad y a otros a los que la mediocridad parece haberles caído encima, por un motivo u otro. Mientras me dejaba conducir por el hilo conductor de la trama, observaba a los personajes con la distancia suficiente para que no atropellaran mis sentimientos. Es esa la relación que normalmente establecemos con los personajes de un libro. Sean mentirosos, recelosos, resentidos, rencorosos, maliciosos, sus acciones no nos afectan. Los vemos desfilar delante de nosotros y, mal que vaya, emitimos un juicio, pero nada más. Ellos no ponen en juego nuestro estado de ánimo.
En la vida real no siempre es así. A veces, incluso cuando tratamos de ignorarlos, encuentran un camino para hacernos frente. Dice un refrán popular que el mal es una planta que crece y que cortada retoña. Quizás convenga afrontar ciertas situaciones como quien lee un libro, donde nos permitimos el lujo de frecuentar todo tipo de individuos, incluso de mala calaña, pero sin incomodarnos y sin necesidad de batallar. Tomar distancia, hacer de espectador y mirar con más amplitud. Y es que, cuando uno se retira, puede ver más que cuando está cerca. Concentrarnos en avanzar por el camino que hemos elegido, sin distraernos con los buitres que pueden estar merodeando a nuestro alrededor. No responder con el mal porque caeríamos en la misma maldad. Mejor responder con el bien: es la mejor manera para tomar distancia y, además, pone en evidencia la catadura moral del que actúa con rencor. En la novela que acabo de leer, ese personaje que con su actitud y constancia lograba cada día más mediocridad terminó enfermando y murió solo, nadie quiso estar a su lado, ni siquiera en los peores momentos. Está claro que en la vida quien genera “mala leche” termina ahogándose en ella. Es mejor seguir nuestras metas y dejar que en nuestro corazón anide la bondad. Ludwig van Beethoven decía a menudo que el único símbolo de superioridad que él conocía era la bondad. Es verdad, un acto de bondad es una señal de poderío.

Manuel Bellido

por @mbellido

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