Cuando, por algún motivo, discutimos y posteriormente sentimos el peso del fracaso porque el resultado ha sido negativo y hemos protagonizado un episodio irritante, nos sentimos como niños asustados en busca de algún lugar seguro donde refugiarnos. Comprobamos, una vez más, que dialogar serenamente es una conquista, no es un talante que se obtiene por arte de magia.
Es más, yo diría que es un objetivo que deberíamos tener siempre presente y perseguirlo con tenacidad, día tras día. Damos por hecho que en familia, en pareja, entre hermanos, entre amigos la relación es siempre de naturaleza cariñosa, afectuosa, cálida, sin embargo, a veces se presentan dificultades, circunstancias o acontecimientos ante los cuales tenemos visiones distintas, opiniones encontradas y es natural que surjan pequeños conflictos. Aunque parezca ingenuo decirlo, estos conflictillos serían superables si mientras discutimos lográsemos considerar a la otra persona no cómo un obstáculo, sino como un ser que, como nosotros, busca acuerdo y entendimiento. Casi siempre, cuando chocamos, nos movemos entre dos tendencias: una que mira a afirmar mi opinión soberana, mi autonomía y otra que mira a no romper la relación con la otra persona. En realidad no son dos directrices opuestas ya que nuestra autonomía se consolida sólo si contamos con la confirmación, aceptación y valorización de nuestro interlocutor. Ratificarse, certificarse, confirmarse recíprocamente en una conversación, sin ansias de supremacía y prepotencia, en un síntoma de civismo, de educación, de buenas maneras y, casi me atrevería a decir, de sabiduría. De frente a esas inevitables incomprensiones de la vida en común, a veces dramatizamos y empeoramos no sólo la relación, sino también nuestra actitud vital que tendría que proyectar hacia nuestro seres queridos o hacia las personas que nos rodean palabras y gestos de ternura y escucha sincera en una actitud que nos una.
Una buena predisposición es eliminar en el diálogo las barreras defensivas, anular la hostilidad a priori. En el fondo sabemos que todos tenemos necesidad de sentirnos comprendidos y estimados, por tanto es mejor si a través de nuestras palabras y nuestros gestos construimos un puente que nos sostenga mutuamente y solidariamente y nos haga avanzar y aprender, estando a gusto con nosotros mismos y con los demás.
Acoger, valorizar, respetar son actitudes que demuestran la validez de aquellas palabras que alguien pronunció hace muchos siglos y que siguen siendo una buena pauta de convivencia: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.

Manuel Bellido

por @mbellido

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