¿Cuáles son las cosas que siempre es necesario recordar? Pues probablemente una de esas cosas son los momentos bonitos de la infancia. Hoy he recordado una de estas vivencias mientras limpiaba una salpicadura en los baldosas de la cocina.
La casa donde nací tenía un portal que daba a la calle alicatado de pequeños azulejos, una especie de mosaico geométrico que contenía en algunas de sus piezas algún dibujillo. En una de esas losetas estaba pintada la cabeza de un hombrecillo con sombrero. Cuando hacía buen tiempo, mientras esperaba a mi padre que volviera del trabajo, me sentaba en el portal y me entretenía con los dibujos coloreados del azulejo, a veces, entablando un juego imaginario con el hombrecillo. No recuerdo si era yo el que le contaba mis cosas a él o esa imagen me cosquilleaba la fantasía con invenciones extraordinarias. Más bien creo, que con mi corta edad y mi larga imaginación, yo conjeturaba que era el hombrecillo el que me contaba historias.

Muchos momentos de mi infancia siguen vivos en mi, porque aquellas son mis raíces. Es cierto que lo que uno no aprende en la infancia no lo aprende jamás. La tristeza ya estaba ahí en ese diálogo con el hombrecillo con sombrero, porque mi hermanos se había ido a estudiar lejos y yo me había quedado sin compañero de juego, también aprendí el aburrimiento, la soledad, la espera, la belleza vacía de los colores en formas geométricas como antesala de lo que más tarde encontraría en el arte, el gusto por las historias como camino a lo que con el tiempo encontraría en los libros. Cuando mi madre me buscaba sabía que estaba allí, en el portal, hablando con el hombrecillo con sombrero, desentristeciendo mí animo, superando la desilusión elemental de descubrir que los sentidos ofrecen aparentes certezas y que la fugacidad y la inconsistencia de un simple dibujillo en un mosaico coloreado pueden hacer posible que nuestro animo identifique al sueño con la vida.
Recuerdo esos momentos con nostalgia poética. La poesía, dicen, es un recuerdo casi perfecto, o quizás, como alguien ha escrito, es la perfección de la memoria. Hoy este recuerdo de infancia se hace cuerpo al lado de mi cuerpo adulto y lo contemplo con la placidez que se contempla un río a su paso por un valle florecido.
Me recreo en este cuidadoso descuido de escribir trozos de mi memoria como un mirón que se asoma a una ventana ajena. Recordar me hace pasar de largo delante de esos televisores que funcionan todo el día traficando con el negocio inevitable de la vanidad. Cuando la memoria nos ofrece imágenes tiernas y logramos transcribirlas es como volver a coger entre las manos uno de esos poemas tan bellos, que al terminar de leerlos se puede volver a empezar infinitas veces porque son fuentes inagotables de luz.

por @mbellido

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