Allí estaba mi abuelo, en su grave rincón calentando sus piernas en la mesa camilla. Mi padre me llevaba a verlo todos los domingos, a las 11 de la mañana y, siempre, lo encontrábamos escribiendo con su pluma estilográfica sobre folios amarillentos. Su rostro irradiaba rigor o severidad, pero sus ojos eran dulces y profundos. Amaba la Historia y la Literatura. Pero por encima de todo, estaba su pasión por escribir. Ese quehacer era su albedrío y sus horas, que con voluntad adamantina cultivaba intensamente. Hoy rememorar su imagen y su escritura es una celebración de fervor compartido. En el borde de la mesa siempre había una pitillera de papel con algunas monedas para mí. La pitillera estaba hecha con folios descartados de sus notas. Yo las conservaba y, ya en mi casa, trataba de descifrar su contenido. Entre tachones rigurosos y rectificaciones, las líneas del texto bien alineadas expresaban arrebatadas estrofas de amor y sueños, perfiles de amigos y momentos de alegría, metáforas antiguas y refranes andaluces. Su dádiva era doble, de materia y de espíritu, de oro y de escritura. Las monedas y sus notas en aquella pitillera las posaba él mismo en mi manita cóncava. Grato de su amor y su artesanía, hoy lo recuerdo, como el abuelo doliente y riguroso que transformaba en dulzura su mirada cuando yo me empinaba a su lado para besarlo sobre la mejilla.
Auspicio tembloroso fue aquel ultimo domingo con pitillera en blanco y ausente de escritura. Quizás en mi inocencia presentí la tremenda conjetura de su adiós. Aquella tarde, como todas las tardes, fue a dormir su siesta, de la cual no volvió a despertar. Una racha perdida de viento mortecino se lo llevó sin despertarlo. Voló entre las calles taciturnas y, probablemente, en los jardines de la Alameda vieja, desde donde se divisa la arquitectura de la catedral, de las bodegas jerezanas y de la nobles torres de la ciudad, su alma se alzo al cielo. Inmortal su dulzura como un seto o un río, vuelve de vez en cuando a mi memoria como una enredadera, para presentarme a una musa que encienda mi cordura, me ilumine con alguna chispa de sabiduría y doblegue mi mano hacía el papel. La luz discurre, eres tú abuelo Félix.

por @mbellido

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