La crisis económica que estamos atravesando está dejando al descubierto el vacío ético en el que vive sumergida una parte de la sociedad actual. La codicia ilimitada por el dinero ha quedado reflejada en cierto “capitalismo financiero” cuyo emblema ha sido el dios Riqueza, (Mamona) o μαμωνας, mamonas. Un dios del que habla Jesús en el Sermón de la montaña para referirse a la ostentación y más tarde en la parábola del administrador injusto, según cuentan los Evangelios. Un dios que tiene más pinta de diablo que de ángel y con el cual parece que algún desalmado de las finanzas haya hecho un pacto. Lo cierto es que en esta situación urge una especie de compromiso global que vuelva a dibujar la arquitectura de un capitalismo, llamémosle de tercera generación, con acuerdos democráticos que nazcan también de la sociedad civil y no sólo del poder económico/político, y que sea universal. Una nueva economía que no discrimine y que sirva y ayude al desarrollo armónico de todos los pueblos para que África, algunos países asiáticos e hispanoamericanos no sean pueblos de tercera o cuarta categoría, condenados al infinito a la pobreza. Es urgente este cambio de mentalidad en la sociedad si no queremos que esta crisis se convierta en algo insostenible que ponga manga por hombros a la humanidad.
Especular o endeudarse para consumir se había convertido en los últimos años casi en una droga, en un doping alucinógeno que había creado un estilo de vida de fachada, donde mucha gente vivía por encima de sus posibilidades. Esta crisis se puede convertir en una oportunidad para desenmascarar las malas artes de muchos y abrir un debate sobre una nueva economía de mercado honrada, solidaria y sostenible.

por @mbellido

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