Él dice que no cree. Quién sabe si fueron los trozos de carbón dulce que le dejaron aquella noche sin Reyes Magos o las barbas de algodón que se despegaron de algún paje real en el momento de entregarle un regalo lo que iniciaron su crisis de fe. Quién sabe si nunca vio un cuarto de luna jugar con la espuma de las olas en la orilla de un mar envuelto en el ocaso. Quién sabe si nunca soñó volar entre satélites y cometas, si no puso nunca el despertador para contemplar un amanecer de acuarelas, terso y sin arrugas, si no intentó correr detrás de una tropa de pececillos entre las piedras de un río de montaña, si no se paró a escuchar la canción del viento sobre una dulce colina, si no contempló los remolinos de arena en la dunas ondulantes de un infinito desierto… Quizás nunca se abandonara a contemplar un ocaso emborrachado de rojo, nunca viera caminar las últimas chispas de sol sobre los techos de antenas despidiendo un día de primavera.
Quién sabe si alguna boca rencorosa le enseñó que las iglesias son escondites de babosas almas que pierden los sentidos entre el narcótico perfume del incienso, o que la navidad son luces mentirosas del consumo, o que la semana santa son días opacos de ceniza y de abstinencia. Quién sabe si enojado buscó en el sitio equivocado y no se sintió nunca buscado. Quién sabe si algún viejo profesor en su escuela juvenil le hiciera aprender casi de memoria el «Gott ist tot» de Hegel o si su libro de cabecera fuera “Así habló Zaratustra”.
Quién sabe, nunca encontró en la prensa una noticia sobre Dios y llegó a la conclusión de que no existía. Quién sabe si a fuerza de bucear en otras civilizaciones olvidó la suya, pero sí se sabe que se empeña en suprimir los crucifijos de su vista y de la de los demás, sin entender que así empobrece a Europa y que, de alguna forma, traiciona su historia y sus raíces. ¿Y si un día salió a la calle y se dejó seducir por el anuncio publicitario «Dios probablemente no existe», colgado en el lateral de un autobús urbano? ¿Padece, a lo mejor, de una amnesia crónica que lo hace disfrazarse de Herodes y le impide considerar el aborto como un acto inmoral, que viola el derecho a la vida, derecho – ese sí que es un derecho- que posee todo ser humano, desde el momento que es concebido?
Quizás el ejemplo de muchos católicos en la vida pública no sea tan edificante como para hacerle reflexionar y esa religiosidad acomodaticia de muchos, exhibiendo a un Dios hecho a la propia medida, no sea el mejor testimonio.
Ratzinger, hablando recientemente sobre si hay algo común entre creyentes y no creyentes, indicaba que «hay un terreno común. Puede haber coincidencias sobre valores que hacen digna la vida: combatir la intolerancia, los fanatismos, el compromiso por la dignidad del hombre, la libertad, la ayuda a los necesitados”. Y subrayaba: “Es un terreno en el que, a pesar de la división, tenemos una responsabilidad común. El amor contra el odio, la verdad contra la mentira, es innato en el hombre. La conciencia y el compromiso por la dignidad humana es una presencia escondida de una fe más profunda, aunque no esté definida en términos teológicos. Es una raíz común del bien contra el mal».
¡Ojalá este terreno común fuera la base de la sociedad y del hacer política hoy!
Sobre la existencia de Dios, por lo que a mi respecta, quisiera repetir como mi amigo Michel: “Dios existe…Gracias a Dios”.
Manuel Bellido
Los comentarios están cerrados.