A veces me pregunto, si Artur Mas ha llegado, en estos meses, alguna vez a arrepentirse de haber iniciado este desafío soberanista que parece una carrera dentro de un tren parado. Me lo pregunto, porque el sabe que los sondeos le dan como perdedor en las futuras elecciones. Me lo pregunto porque el sabe que muchas voces desde las instituciones europeas le han advertido que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE. Me lo pregunto porque el sabe que convocar un referéndum sin su aprobación constitucional sería ilegal y tendría muy malas consecuencias. Me lo pregunto porque el conoce los avisos que le han dado los expertos económicos y los mercados sobre la deriva de la economía en Cataluña si esta se independizara. Me lo pregunto porque el conoce todo eso y una lista interminable de motivos que presagian un desastre si la independencia se llevara a cabo.
Artur Mas parece cargar en estos tiempos con muchas barreras mentales y emocionales incompatibles con ser un hombre de Estado. Incluso ese impulso de sobrevivir que es básico en todas las especies parece faltarle. Da la sensación que Artur Mas vive y los colegas que le acompañan en esta aventura se encuentran bloqueados en un callejón sin salida. Sabemos que el ser humano cuanto más bloqueado está menos capacidad tienen de sentir y de pensar con libertad. Es asombroso ver a Mas en sus declaraciones reaccionar siempre en forma mecánica, con la misma cantinela. Hoy aseguraba que lo tiene «todo listo» y que está el «dispositivo preparado» para celebrar la consulta del 9N, para lo que firmará un decreto tras aprobar la ley de consultas. Repiten, hasta la saciedad que no les dejan votar o se comparan con Martin Luther King y con Mandela». Su bloque es tal que confunden votar, con destruir el Estado.
Mientras tanto gran parte de la calle en Cataluña se cansa cada vez más de esta «sentimentalona» falsa épica.
Quizás no sabremos nunca si Mas está ya arrepentido de haber iniciado esta locura que desgasta y bloquea a el y a los catalanes. Lo que si comprobamos, viendo sus reacciones y las de otras personas, es que no es posible ayudar a nadie a curar sus errores si se niegan a verlos; aunque, seguro, que por más que los nieguen, eso les producen dolor y ese dolor que llevan encerrado en el sótano más profundo de sus pensamientos les consuma y les hace infelices.