Desear al menos por un rato, ser astronauta, explorador o espeleólogo. En la fracción de un parpadeo encontrarse orbitando algún planeta lejano de nuestra galaxia, en una selva tropical buscando un antiguo templo o estudiando una cavidad subterránea a muchos metros de profundidad. El deseo a veces lleva a ser por un momento el hombre que no se es, a vivir una situación diversa de aquella que por nuestra naturaleza, profesión o talante en la vida, sería habitual. El deseo se dice que es un anhelo, es querer saciar un gusto. El deseo proviene a menudo de una emoción y persigue conseguir otra. A veces nos sumergimos en una fantasía y hasta somos capaces de prometérnosla, embargados por un estado de conciencia emocional que hace creíble la posibilidad de conseguirlo. Yo recuerdo en aquel paraíso de mi infancia, soñar con los ojos abiertos, desear regalos que me trajeran los Reyes, repetir aventuras de mis tebeos preferidos, vestir ropajes de personajes de película, viajar alrededor del mundo en un globo con Julio Verne, volar como las gaviotas o descubrir un tesoro. Fui muchos otros niños en mi sueño. Hoy sueño y deseo pero sin querer ser otros hombres. Sueño y deseo, pero con el desapego suficiente, para que no se me concedan aquellos que conllevan la carga de sus pros y sus contras. Ya sabemos que cuando los dioses quieren castigarnos, atienden nuestras plegarias, al menos eso pensaba Karen Blixen en «Memorias de África». Gestionar los sueños y los deseos no es tarea fácil, es un equilibrio difícil de conseguir y sin embargo es una fuerza motriz que nos empuja hacía adelante y nos hace vencer nuestros miedos, recelos y aprensiones. Cuando deseamos, en el fondo huimos o queremos abandonar lo que tenemos para correr detrás de algo nuevo. Hoy también soy capaz de desear y no precisamente para conquistar una emoción personal.
Sin quererle dar toda la razón a Marcel Proust cuando decía que a cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear, fingiré no querer seguir bebiendo de ese manantial de la utopia que me empuja a creer aún en un mundo nuevo y en una humanidad inundada por el sol de la solidaridad, donde la pobreza sea una elección y no una condena. 13,3 millones de personas en Somalia, Kenia, Etiopía y Yibuti están en grave peligro por la sequía y la hambruna, finjo no querer un milagro, finjo no desear que el corazón de los que tienen se enternezca y compartan con los que sufren esa grave desnutrición aguda y severa como la muerte.

por @mbellido

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