Mambré-Hebrón, el Neguev, Berseba, el pozo de Lajai Roi y Guerar son lugares situados en el sur de Canaán que conservan las huellas, según la tradición, de un emigrante que había salido un día de Ur, en Mesopotamia, y se había dirigido a esas tierras que denominan en la actualidad Palestina. Ese emigrante vivió una historia de fe, de virtud y de firmeza donde lo familiar tuvo un peso esencial, sobre todo, por el tema de la descendencia; complicada por la esterilidad de su esposa, la promesa divina del nacimiento de un descendiente, su impaciencia y la consecuente procreación de un hijo con Agar, una concubina, esclava de su mujer. De ella nació Ismael y cuando menos lo esperaba, catorce años después, nació de Sara, su esposa, Isaac, el hijo de la promesa. Esté emigrante que se había dirigido a Canaán, tierra prometida para él y su descendencia es Abraham, el padre del pueblo judío. Una figura inmensa, no solo para los judíos que lo consideran su antepasado, sino también para los cristianos que lo consideran el padre de los creyentes y para los musulmanes que lo denominan, según el Corán, “amigo de Dios”.
La historia de Abraham es la historia de un hombre de conciencia que lo deja todo y se pone al servicio de una causa suprema. Es una historia impregnada de confianza, de fe y de amistad.
Todo el Antiguo Testamento y, concretamente el Pentateuco, es para los creyentes, la historia de la salvación, que relata sus primeros indicios; camino y medios con los que Israel podrá caminar hacia su Dios. Su lectura, proporciona un placer literario y la eventualidad de descubrir historias que abrieron para la humanidad un nuevo horizonte religioso, pero además, son hechos que pueden brindar la posibilidad de significar algunas de nuestras experiencias.
Algunos pasajes como este son literariamente exquisitos y de una gran fuerza: “Y (Dios) lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Yahveh, y le fue contado por justicia. (Génesis. 15, 5-6). El diplomático y poeta francés Paul Claudel decía que la Sagrada Escritura es una especie de “inmenso vocabulario” y Marc Chagall lo denominaba un “atlas iconográfico”. En mi ha suscitado reflexiones estimulantes. Comprendo que para el arte de todos los tiempos, la Torah haya sido siempre un filón inagotable de inspiración.

Cuadr de Giovanni Battista Tiepolo, Abraham y los tres ángeles (hacia 1770), Museo del Prado, Madrid

por @mbellido

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