En mi recorrido intelectual y profesional he tratado casi siempre de no dejar de lado la transversalidad. Lo hice en mi juventud cuando pintaba, componía música, fotografiaba, me empeñaba en el estudio de la economía o del marketing, o cuando profundizaba en la publicidad o en el periodismo. En cada campo que he afrontado, con el estudio o con el ejercicio profesional, en la teoría y en la práctica, he buscado cuáles podían ser las posibles convergencias con otros campos relacionados. Me ha gustado siempre tirar del hilo de la madeja que escondía en cualquier actividad otras implicaciones. Casi siempre, en todos los campos, he podido encontrar extensiones filosóficas, científicas o sociológicas. Hoy, también políticas. Fue estudiando a Leonardo da Vinci que comprendí que debía buscar en cada materia la visión total de la cultura. El acercamiento a la filosofía me ha llevado a entender la importancia de trabajar con modelos matemáticos. Los filósofos encontraron en el pensamiento matemático la llave para aclarar misterios del conocimiento humano. Hoy, visitando un museo de arte moderna, es fácil encontrar en las nuevas tendencias y vanguardias de la pintura y la escultura implicaciones con lo científico. Alguien me explicaba recientemente, observando unas hojas de una planta, una teoría matemática. Otra persona también me ayudaba a entender un cuadro de Salvador Dalí a través del conocimiento matemático. Tengo que reconocer que en mi actividad diaria de editor y periodista aplico en una poliédrica visión cultural muchos elementos de otras materias. Durante la jornada desfilan ante mis ojos maquetas, diseños de páginas, fotos, textos, temas y noticias en los que filosofía, psicología, ciencia, literatura, etc., me ofrecen respuestas y me ayudan a la hora de decidir. Sabemos que la cultura constituye parte fundamental del proceso de expansión de libertades reales de las personas. Los libros, los buenos libros, nos proporcionan todos esos horizontes. Nunca me cansaré de pregonarlo. Nos abren ventanas interdisciplinares. Nos ayudan a informarnos, reflexionar, discrepar, decidir. La televisión adormece. O la TV cambia o seguiré pensando que son horas perdidas. Urge llenar de otros contenidos el espacio cotidiano que las personas pueden dedicar a la televisión, no de gente gritando e insultándose, no de “grandes hermanos”, no de montajes de amor y odio, no de personajes “rosas”, no de banalidades chistosas. Las políticas culturales de los gobiernos en cuanto a las televisiones públicas tendrían que integrar transversalmente amplias estrategias de desarrollo, con programas que elevaran el espíritu y el intelecto, no que machacaran las neuronas de la gente. Distraer sí, divertir sí, pero con altura. Cuantos problemas en los niños y jóvenes de hoy derivan de los productos televisivos. Griñan ha afirmado en varias ocasiones que quiere apostar en su política regional por la Educación. Tendrá que hacer algún cambio en la RTVA. Será una de las pruebas para convencernos.

por @mbellido

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