En 1602 Caravaggio pinta “La incredulidad de Santo Tomás” Cristo ha resucitado y se muestra ante sus discípulos, pero Tomás no cree: «Le dijeron los otros discípulos: «Hemos visto al Señor.» Él les dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no lo creeré.»» El Maestro le dice que toque sus heridas: “Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” Tomás al verlo, desde lo profundo, exclama: “Señor mío y Dios mío” Es una escena que Caravaggio reproduce magistralmente con ese naturalismo descarnado que lo caracteriza. Este cuadro siempre me habla de vida, del triunfo de la vida sobre la muerte.
Estaba mirando este cuadro en un libro de arte, cuando recibí la noticia de la muerte de una persona conocida, Manuel, el padre de una amiga. El preciso momento de la muerte no es fácil de predecir y aunque sabía que esta persona estaba cerca de fallecer me sorprendió y conmovió. Reflexioné sobre el significado de la muerte. Cuando en el pasado algún ser querido se ha marchado, he comprobado que, aunque su forma física desaparecía, su realidad espiritual y su cariño siempre ha permanecido junto a mí. Pienso que después de la muerte habrá un lugar de luz. No tendría sentido una vida sobre esta tierra tan fugaz sin la esperanza de otra vida junto a nuestros seres queridos, y no tan limitada y a veces dolorosa, como la que aquí nos toca vivir. Por eso, al recibir la noticia repetí en voz alta: “Muerte, ¿dónde está tu aguijón?; infierno, ¿dónde está tu victoria?”
Sigo creyendo en la vida.