Andalucía es su historia, su geografía, su cultura y su gente. Ni los políticos ni los partidos son Andalucía, o al menos no lo son ni lo serán jamás si no invierten la marcha y corrigen el rumbo. Lo serán si sus intereses dejan de ser los personales o de partido y empiezan a ser los de todos los ciudadanos. Es curioso comprobar cómo en la encuesta que permite elaborar el ranking de los más influyentes, que publicamos el mes pasado en nuestro Anuario, son los políticos los que copan el 75% de los puestos. Entre los 10 primeros sólo 3 no ocupan cargos políticos. La conclusión es clara: son los políticos los que más influyen pero el resultado de sus influencias no hace que esta Autonomía levante cabeza. La fuerza y la pujanza de nuestra tierra están más que demostrada. Sólo falta que quien dirige esta nuestra sociedad crea en los andaluces y confíe en Andalucía.

Acaba de empezar el 2011 y hemos constatado que el 1 de enero amanecíamos más pobres y endeudados, con menos gente trabajando y con menos empresas, y con la sensación que desde la Administración Pública se otorga cada día menos protagonismo y poder al ciudadano. Esta falta de poder civil es un eficaz indicador del bajo nivel moral de los partidos, pero también de la sociedad en su conjunto. Enero también arrancaba con las mismas asignaturas pendientes: educación, investigación, formación profesional…

Nosotros seguimos sin aprobar, mientras que los países con un buen nivel educativo, científico y tecnológico están ya fuera de la crisis y creando empleo.

Los analistas económicos siguen reflexionando sobre el quid de la cuestión, que nos lleva, una y otra vez, al mismo lugar de siempre: cómo crecer y a qué precio. Al final casi todos coinciden: más austeridad y una serie de reformas coordinadas que ayuden a la competividad. Crear confianza en el exterior y en el interior. Zapatero ya no la inspira y no hay foro en este país donde no se hable y no se pidan elecciones anticipadas.

La desilusión cunde por doquier y de la copa de cava exquisito que muchos esperábamos de sus gobiernos se nos ha ofrecido tan sólo la espuma. Una espuma tan malsana que arriesga de convertir a España no sólo en un país pobre y desdichado, sino además en una mezcla de exhibicionismo y frivolidad, porque su cáscara contiene vacío sin rastro de valores, anestesiado por la mediocridad de quien legisla y gobierna.

Gobernar hoy España exige un compromiso incondicional con la causa de la imaginación y creatividad. Es la hora de los políticos honrados, sensatos y valientes.

Y también va siendo hora de que le llegue el turno del reconocimiento definitivo a los empresarios. Para ellos se presenta un año suculento de desafíos. En 2011 habrá que seguir combinando eficiencia, agilidad y tamaño, moverse con rapidez para responder a los repentinos cambios de mercado, ya no es «el pez grande que se come al chico», sino «el pez rápido que se come al lento». Los próximos meses nos tendrán en vilo y en mayo, cuando llegue la hora de las urnas, los ciudadanos darán su veredicto. Aquí ya está más que demostrado que, en este punto del guión, el gran peligro para la economía son los errores políticos. Trazar un camino creíble para atajar el déficit sin debilitar la recuperación será la clave.

También lo será abrir el melón de las autonomías. Si deben seguir existiendo habría que cambiar el modelo de las competencias y financiación de las mismas, desprotegiéndolas de las borracheras de poder y del egoísmo partidista. A ver quién le pone el cascabel al gato. Mi conclusión es que nos espera un año duro. Pero el progreso es posible. Políticos permitiendo.

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por @mbellido

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