Terminaron las vacaciones. Empieza un nuevo curso y en el ánimo de todos nosotros revive un deseo: que sea mejor que el anterior.  El final de la crisis es todavía un punto pequeñito en la distancia, un horizonte demasiado lejano. Muchos jóvenes calculan que edad tendrán cuando la crisis sea solo un recuerdo y muchos ancianos se preguntan si vivirán lo suficiente para gozar de una nueva época de bonanza económica.  Sin lugar a dudas muchas personas  oscilan entre un extremo temor  y una extrema esperanza. “La mente humana aborrece el vacio” decía Michael Barkun, politólogo y profesor de la Universidad de Syracuse en EE.UU. “Cuando faltan la certezas tenemos que contentarnos de probabilidades y  cuando la probabilidad no es tanta para poder ser calculada, huimos de lo ignoto, refugiándonos en el futuro de nuestra imaginación”.

En nuestra imaginación hay una conversación mental constante, a veces negativa, a veces positiva.  Para lograr vencer la tendencia al negativismo que no conduce a ninguna parte, o mejor dicho, conduce inevitablemente a la depresión, lo esencial, desde mi punto de vista, es establecer cuáles son nuestros objetivos y poner manos a la obra para realizarlos, estableciendo tiempos.

A veces, reflexionando sobre la crisis, he pensado que el ser humano, casi siempre, tiene necesidad de una o varias espadas de Damocles para decidirse a tomar una decisión sobre lo que quiere hacer y hacia donde quiere ir. Muchos creen que basta esperar, no moverse;  el tiempo terminará por poner todo en su sitio y solucionarlo todo.  Sin embargo, el tiempo es elástico y misterioso, la vida está hecha de días, de noches,  de sueños y de desvelos,  de estaciones que cambian, de rutinas y de programas. No es la existencia la que nos organiza, somos nosotros lo que podemos organizar la propia existencia, forjando líneas de actuación, segmentando el tiempo, cronometrando nuestro esfuerzo,  organizándolo, midiendo y controlando cada paso que damos y los resultados que obtenemos.

El tiempo es el principio por el cual nos podemos proponer un objetivo y una meta. Este es el mar donde navegamos.

Todo tiene un inicio, un momento intermedio y un final. Todo nace y muere en el contexto de la crónica humana.  Saber delimitar el tiempo permite conferir una estructura narrativa a nuestra historia y a todas las historias y, como decía antes, establecer un inicio, un intermedio y un final. Imaginar el final de una etapa y el inicio de otra reviste la vida de esperanza. Visualizar lo que deseamos y  proyectar su construcción delimitadas en tiempos concretos  es estar ya a mitad de camino para alcanzar los objetivos.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com