Sigo reflexionando, como muchos otros españoles, sobre los altercados del 22-M que hirieron a agentes de la Policía Nacional al lanzarles objetos contundentes tras las Marchas de la Dignidad. Me sigo preguntando por qué parte de la izquierda española sigue sin condenar esa violencia, me sigo inquietando pensando en el tipo de educación que habrá recibido de su familia ese joven que se vanagloriaba de haberse apoderado del casco de un policía, y de la conciencia de los otros, que golpearon sin miramiento a varios agentes en la cabeza, me sigue sobrecogiendo el comentario que uno de estos jóvenes hacía tras la agresión: «Voy todo de ‘subidón’ porque en las cargas de Recoletos fuimos capaces de rodear a un policía y yo le tiré una piedra en la cabeza cuando estaba en el suelo. Mañana lo veréis en las noticias, quedó inconsciente, se lo tuvieron que llevar arrastrao”
Qué entiende esta gente por libertad no lo sé. De cómo actúa una parte de estos movimientos, dan a entender que su concepto de libertad no tiene reglas. Lo que enarbolan es una especie de poder sugestivo de decisión que no reconoce otro criterio que el propio. Criterios sin límites y desvinculados de normativa social y humana que despierta una potencia destructiva que va en contra de la vida. Algo se está corrompiendo en la sociedad española y muchos jóvenes alentados por sectores políticos son sus protagonistas y víctimas. Como decía esta mañana Sáenz de Santamaría, la violencia «no tiene ninguna justificación», puesto que se trata de una «línea roja», cuya reacción en contra debe ser muy clara: «Tolerancia cero frente a los violentos». «Pocos matices», añadía, mientras reclamaba a todas las fuerzas políticas que fuesen claros en condenar estos hechos porque «la violencia no tiene cabida«. «Una cosa es manifestarse pacíficamente y otra aprovechar una manifestación para atentar contra los derechos de los demás»