Cuenta la Biblia que Dios quiso poner a prueba a Abraham diciéndole: “toma a tu hijo único Isaac, al que tanto amas, y ofrécemelo como ofrenda quemada sobre una de las montañas que yo te señalaré” El pasaje sigue diciendo que Abraham tomó la leña y la cargó sobre su hijo, y él tomó el fuego y el cuchillo de degüello e iniciaron la subida al monte; y extrañado Isaac de que iban tan bien preparados para el sacrificio, pero sin la víctima, le preguntó a su padre que dónde estaba, y este respondió: “Dios proveerá”. Llegados al lugar del sacrificio, Abraham construyó un altar, aderezó sobre él la leña, ató a su hijo de pies y manos, y lo puso encima. Cuando estaba a punto de dejar caer el cuchillo sobre su hijo, el ángel del Señor le dijo: ‘no le hagas nada a tu hijo, ahora sé que me eres fiel’. Abraham miró a su alrededor y vio allí un carnero prendido por los cuernos en un matorral; y tomándolo, lo ofreció en holocausto». Este es el relato del sacrificio de Isaac que Caravaggio pintó magistralmente sobre un lienzo en 1603. Tuve ocasión de contemplarlo, no hace mucho, en la Galería de los Uffizi en Florencia.
Caravaggio me volvió a seducir. El potente naturalismo cargado de aciertos visuales y cromáticos también se volvía a imponer en este cuadro, junto a esa exuberancia del elemento físico, corpóreo y carnal que es característico de su pintura. Lo contemplé durante horas, sin parpadear. Este Isaac de Caravaggio me pareció una prefiguración simbólica del Cristo que vendría después y que también habría de morir, siendo una víctima inocente. La diferencia entre las dos figuras es la docilidad con la que acceden al sacrificio. El Isaac de Caravaggio grita horrorizado, su padre le sujeta la cabeza contra la piedra con violencia y se resiste. Cristo también grita: “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?”, sin embargo acepta con docilidad el sacrificio.
Caravaggio, ese supremo artista, tenía mala fama de hombre impertinente, fosco y reñidor, que perdía los papeles por una buena disputa o una contingencia aventurera, pero su alma de artista era capaz de arrebatar lo Divino y lo humano de los más profundo de su alma y plasmarlo en un cuadro, para llenar los ojos de muchas generaciones de océanos de belleza. Aquí en esta obra de arte vuelvo a encontrar filosofía, teología, Historia y sobre todo verdad. Como dijo una vez Henrik Johan Ibsen, “La belleza es un acuerdo entre el contenido y la forma”