A menudo mientras escucho la última sinfonía completa del compositor alemán Ludwig van Beethoven, la Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, imagino el itinerario interior que el compositor recorrió hasta dar a luz una de las obras más trascendentales e importantes de toda la historia de la música clásica. De 1816, es el primer esbozo de la obra, la terminó en 1823 y se estrenó  el 7 de mayo de 1824. Los últimos años de la vida del genio no fueron fáciles, se fue atrincherando cada vez más en la soledad, quizás para extraer de ella el privilegio de regalarnos esa vida y energía únicas que han hecho de sus composiciones exquisitas y eternas obras de arte.

Coincidiendo con los años de mayor angustia parece que comienza al mismo tiempo una ascensión a la alegría que tendrá su coronación en el movimiento final de la Novena Sinfonía para coro y solistas sobre la versión definitiva de la “Oda a la Alegría” de Schiller.

Algunas de las confidencian que Beethoven en aquella época compartió con el joven músico Louis Schlösser, nos hacen penetrar en lo más profundo del alma del genio: “Yo llevo mis ideas dentro de mi mucho tiempo, con frecuencia muchísimo tiempo, antes de escribirlas. Quedan así tan grabadas en mi memoria que estoy seguro de no olvidar jamás, por muchos años que pasen, cualquier tema que haya concebido. Cambio muchas cosas, las rechazo y vuelvo sobre ellas hasta que me satisfacen. Entonces comienza en mi la elaboración a lo largo, a lo ancho, a lo alto y a lo hondo, y como se exactamente lo que quiero, , la idea que fermenta en el fondo nunca me abandona… No puedo decir con certeza de dónde tomo mis ideas. Sin haberlas evocado, surgen inmediatamente o por etapas. Lo que las suscita son los estados de ánimo que se expresan en mi  mediante sonidos, que susurran, retumban, atruenan, hasta convertirse en música…”  

Dejo la fantasía volar e imagino este proceso en la construcción de  ese último movimiento de la Sinfonía;  un final coral sorprendentemente e inusual en aquellos años que se ha convertido en símbolo de la libertad  y de muchos otros valores.

Como pocos, Beethoven hizo de la música la mediadora entre la vida de los sentidos y la vida del espíritu.

Beethoven como todos los grandes artistas nos ha dejado en sus obras de arte un reflejo de la Naturaleza, que como ella misma, eleva y conduce el alma a lo infinito y a lo eterno, que es en definitiva Belleza.

por @mbellido

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