Teléfonos, móviles, sms, e-mail, blog, redes sociales, libros enciclopedias, periódicos, revistas, cine, tv, internet, documentales, fotografías, mapas, publicidad…, son fuentes de información que nos consienten de conocer el mundo y gracias a las cuales podemos movernos, trabajar, estudiar, relacionarnos con la sociedad. Todo este conocimiento obtenido y transmitido es en realidad “experiencia”. Las experiencias son la base que sostiene la capacidad de afrontar la vida diaria, personal y profesional, en todos los aspectos y en todas las formas, incluso en aquellas más complejas. Decía el poeta estadounidense James Russell Lowell que una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias.
La importancia de la experiencia es vital en nuestra vida. Sabemos lo que nos aporta y consiente. Sería un error no valorarla o encerrarnos en un cierto individualismo. Las experiencias son, en sustancia, lo que cada ser humano ha vivido y reflexionado. Me comentaba a este propósito Francisco Márquez Villanueva, recientemente fallecido, en una entrevista de hace años, una frase del Quijote: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”.
Estoy convencido que es una necesidad vital del ser humano compartir experiencias con otros. Es clave para el progreso de la educación; una de las maneras más eficaces de aprender es a través de relatos de la experiencia de expertos. Dicen los entendidos que el hombre de hoy escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o si escuchan a los que enseñan, es porque cuentan experiencias. Es una fortuna encontrar un especio para intercambiar experiencias con otros, ese espacio humano de escucha cálida y acogedora es también la amistad. Como Pitágoras, yo también prefiero el bastón de la experiencia que el carro rápido de la fortuna. Él siempre decía que el filósofo viaja a pie.