Mucho trecho nos queda para atravesar el túnel de la crisis pero el sufrimiento en parte de nuestra sociedad en muchos casos ya resulta insoportable. En esta trágica travesía han cambiado las condiciones de vida de muchos miles de españoles. Lo inmediatamente apreciable en un análisis superficial es que ha aumentado el número de pobres, han cerrado muchas empresas, se han quedado sin trabajo muchas personas y otras han perdido sus casas…, pero otros problemas gravísimos se han derivado de estas situaciones.

Varias han sido las reacciones provocadas en nuestro país por este cataclismo. Una parte de la sociedad ha soportado con resignación echando las culpas a los bancos, al gobierno, a los políticos o a Europa, pensando que así  exorcizaba o alejaba el problema. Un modo de hacer que evidentemente no produce cambio ni mejora; en todo caso puede llegar a producir, antes o después, desesperación.   Otros, sin embargo, se han puesto como hormiguitas a construir con ingenio un modo para salir de la situación, buscando soluciones, redimensionando gastos, buscando apoyo en la familia, respondiendo con juicio, creatividad y capacidad de sacrificio. Algunos políticos ignoraron la crisis cuando esta se inició, incluso aquellos que, de una manera u otra, habían contribuido a provocarla. Me refiero a todos aquellos que desde las administraciones públicas han seguido gastando, derrochando  y endeudándose sin pensar en las consecuencias. Me refiero a todos aquellos que han vivido por encima de sus posibilidades. Me refiero a los que han usado los dineros públicos para fines partidistas o personales. Son ya numerosos los estudios que abordan la  nociva relación entre los índices de percepción de la corrupción y las oscilaciones del PIB. Evidente el daño clamoroso que se ha perpetrado desde la corrupción política. Es curioso que los países que mejor puntúan en el índice de transparencia en el Informe Global de la corrupción, es  decir Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega, Suiza, Holanda, Luxemburgo,  Alemania, Bélgica, Reino Unido y Francia, son lo que menos dañados han sido por la crisis.

Algunos  “señores”, desde la seguridad que les proporcionaba la pertenencia a una “casta política” aparentemente intocable han seguido ignorando las penurias de la gente como si se tratase de un problema de otra galaxia. Han mirado para otro lado, no han hecho ni autocrítica, ni examen de conciencia, ni propósito de enmienda. Eso sí, han seguido haciendo ruido, han condenado al mismísimo “Sursum Corda”, han cargado toda la artillería contra el adversario político y siguen creando confusión, tensión y saña en la calle a ver si “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Es irracional pensar que buscar culpables sirva para derrotar la crisis, pero peor es blandir ese maniqueísmo por el cual el mal está siempre en la parte del contrario y el bien  en la propia, peor aún es olvidar que esto no se resuelve si no se aparca la charlatanería fácil y se arrima el hombro con generosidad. Obras son amores y no buenas razones. Las medidas que se han tomado hasta ahora eran necesarias, pero otras más habría que tomar que tocaran directamente el bolsillo y las prerrogativas de políticos y liberados. Llevamos apenas un año de cambios inevitables e ineludibles en la política económica, un intento por transformar el contexto heredado, abocado solo al desastre. Qué favor se le haría a España si en estos momentos algunos aparcaran la demagogia y asumieran las responsabilidades propias del mandato popular.

Manuel Bellido – bellido@agendaempresa.comhttps://manuelbellido.com  – www.hojasdelibros.com  – www.comolovemos.com

 

 

 

por @mbellido

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