Hay un hilo claro que atraviesa constantemente todo mi pensamiento: el porvenir. Me apasiona el futuro tanto como el presente y lo considero, no sencillamente como la consecuencia de años que se sucederán, sino como la posibilidad de nuevos estados de felicidad, conciencia, conocimiento y responsabilidad. Una inclinación, ésta, que considero común a muchos otros seres humanos; una aspiración vieja y universal como el mundo. Mientras trabajo, juego, me alimento, estudio, descanso…, me imagino en una escalada hacia arriba y hacia adelante. Es como una especie de resorte que ayuda a no arrojar la toalla en momentos difíciles, que impulsa a sentir la vida, a evolucionar psíquicamente y espiritualmente.

No dejo de maravillarme de nuestro poder de pensar, de nuestra capacidad de elevarnos a percepciones de dimensiones y valores nuevos. Es como si estuviera en un estado de despertar constante descubriendo cómo se va modificando en mi mente y en mi consciencia la visión de mí mismo y del mundo. La influencia de la ciencia y de las tecnologías, que condicionan y se dejan condicionar por los hechos sociales, invade el campo de nuestro día a día, modificando y multiplicando nuestras experiencias. Ya no hay monótonos años, ya hay años veloces y momentos apasionados. En este torbellino de vida encuentro a muchos compañeros de viajes, vidas individuales que como yo se relacionan cada vez más y comprenden que ya no se puede avanzar, ni progresar, ni vivir, ni sobrevivir sin hacerlo solidariamente.

Soy consciente de que no siempre es fácil ver un horizonte despejado. Me refiero a ese mal inasumible, casi indecible, que se vive en muchos puntos del globo por la muerte de millones de inocentes por las guerras y el hambre, por las persecuciones políticas y religiosas. Me refiero también a ese caos doméstico de superficie provocado por la mala política y el engreimiento de ciertos políticos, la pedantería de los saltimbanquis de la no-cultura, la demagogia de los populismos y la avaricia de los adoradores del tener que levantan una humareda que ciega la vista.

A veces trato de encontrar una explicación pensando que los innumerables desordenes sociales, los escándalos, los brotes de egoísmo y de violencia son una especie de gran fiebre que padecen la Tierra y sus habitantes, como las que llegan en la adolescencia y que son síntomas de estirones y procesos de crecimiento. Confío que el sufrimiento humano, el dolor y el mal que aflige al hombre no nos endurezcan la piel del alma, creando una callosidad que nos quite la sensibilidad y ciegue el corazón.

Tengo fe en el ser humano y tengo fe en el futuro, al que me apunto día a día para su construcción. No dejo de buscar algo que reúna y que unifique por encima y por debajo de lo que divide, para que el flujo ascendente hacia un mejor porvenir se haga realidad sin que la humanidad tenga que pagar un precio demasiado alto.

Manuel Bellido

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