¿Anticiparse o esperar?

Con los años voy aprendiendo que la vida para muchas personas es una especie de amalgama de opuestos. Situación de la que tampoco yo me libro. El ser humano a menudo es contradictorio. Por una parte nos exigimos una especie de línea o de guía para vivir y actuar, sin embargo, de vez en cuando buscamos excepciones para experimentar justamente lo contrario. Por ejemplo, cuando se trata de tomar una decisión pensamos a menudo que la prisa es la peor consejera y creemos que lo mejor es esperar y actuar con la mente más fría. Otras veces sin embargo hacemos lo contrario. Esta mañana hablando con una amiga de una situación complicada que estaba viviendo, me decía: “siempre me ha ido bien cuando he actuado dejándome llevar por el instinto y en caliente; cada vez que he esperado a actuar en frio, he arriesgado de quedarme con dos palmos de narices y no solucionar de raíz el problema”. Ante una afirmación tan rotunda no he podido hacer otra cosa que darle la razón a mi amiga. Creo que todos hemos actuado alguna vez por impulso por miedo a que pasase ese momento y no aprovechar así esa ola de valor que subía por nuestras venas y que nos hacía capaces de cambiar cualquier situación.
El quid de la cuestión, creo, es que confundimos el actuar de impulso y la prisa con el carpe diem y el reflexionar con el rumiar pensamientos negros dentro de nosotros que nos sofocan sin aclararnos que queremos. Modestamente creo que esperar no es sinónimo de bloqueo, sino mas bien la capacidad de esperar a tener esa lucidez necesaria para actuar en el momento oportuno. Luego, cuándo la decisión la tenemos clara, entonces si que hay que ser veloces como rayos y de manera impasible actuar.
El secreto está, como en casi todas las cosas, en el equilibrio. “El equilibrio es como una roca. Veo con claridad y actúo con rapidez”. Decía Florence Scovel. Nada tendría que anticiparse cuando no es el momento y nada tendría que retrasarse cuando es el instante oportuno.